¿Vivir en paz?

Entre países y pueblos pueden existir diferencias por razones milenarias, sin embargo, las diferencias por razones políticas parecieran ser más profundas. Miremos un caso del cómo y del porqué

Una de las lecturas para la fiesta de Tomás Apóstol –el que dudó de la Resurrección de Cristo y pidió ver sus heridas–  es la Carta de San Pablo a los Efesios en su Capítulo 2do versículos 9 a 12. Allí se relata cómo San Pablo acoge a los gentiles gracias a la Redención alcanzada por Cristo para todos los hombres.

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 Hoy es difícil imaginar lo que significaba para un pueblo cuya alianza milenaria con Dios lo distinguía del resto de pueblos el tener que acoger a cualquier otro(a) para formar parte de esa alianza.

Significaba, de alguna forma, perder su privilegio; pero también acoger a sus enemigos, como lo eran los integrantes del Imperio Romano

En palabras de San Pablo en dicha carta: “…por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad.  Cristo vino a anunciar la paz: paz a Uds. que estaban lejos, y paz a los que estaban cerca.  Por él, unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu.”

Tal vez tomó decenas de años o hasta siglos superar esas diferencias y 20 siglos después para muchos aún no se han superado. 

Y hoy odiamos por menos

Pero lo sorprendente es que hoy por asuntos bastante menores –pues no se trata de una tradición religiosa milenaria, ni mutilaciones corporales como lo era la circuncisión de los varones– las personas en sus preferencias políticas llegan a odios viscerales. Un candidato o un gobernante arrastra con su obrar y decir a multitudes. Personas que, incluso al interior de sus familias discrepan de modo violento. Esos candidatos y gobernantes logran la adhesión de personas que de modo apasionado se suman a ellos por sobre cualquier evidencia de su incapacidad.

En el caso colombiano, las décadas 40 y 50 del siglo pasado presenciaron esos odios en su más alta expresión. En las décadas siguientes, el deseo de grupos al margen de la ley de imponer con secuestros, campos de concentración y genocidios su modelo de sociedad deja una secuela de odios y venganzas que se prolonga a nuestros días. Esto para no mencionar la desmoralización de una sociedad que asiste desde hace pocos años a la impunidad de esos autores.

En la década de los 80 el negocio del narcotráfico llegó como un Tsunami a la sociedad colombiana y alteró las relaciones sociales, la economía informal se volvió aún más informal, si vale la expresión, y hubo políticos que cayeron en sus fauces. El trabajo como medio para canalizar el esfuerzo hacia logros materiales quedó en descrédito y muchos incluyendo a jóvenes optaron por el dinero fácil colocándose al servicio de ese comercio nefasto.

Pero ni la violencia perpetrada por ambos grupos en su momento en las zonas rurales, ni la más reciente perpetrada también por los mismos grupos en las ciudades doblega una población que debe trabajar diariamente para sobrevivir. Sí, el colombiano “de a pie” debe con su trabajo proveer a su sustento, no el del mes entrante, sino el de la semana y hasta el del día.

 

La irresponsabilidad de candidatos y gobernantes

 

Parte del problema surge de la retórica de los mismos candidatos y gobernantes que se toman atribuciones como si fueran deidades. Dicen poder hacer cosas que la limitación de recursos bien se sabe lo impiden, perdonan delitos de lesa humanidad, y de modo irresponsable lanzan a sus adeptos a  manifestaciones en plena pandemia sin anticipar las consecuencias de una infección masiva que aumentó el número de muertes, ya de por sí alta.

Con estas necesidades tan apremiantes de una economía en medio no solo de la amenaza, sino de la realidad del Covid, ¿podríamos dejar a un lado nuestros odios y trabajar mancomunadamente por el surgimiento de una nueva sociedad, donde los odios gestados por candidatos a caudillos se mitiguen? Se mitiguen porque las diferencias no se refieren a tradiciones milenarias, o a ser un pueblo elegido por Dios que debe compartir su privilegio hasta con sus enemigos ¿o sí?

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Foto por Vanexa Romero. El Tiempo. Barranquilla 01 de julio 2021

 Ocupar oportuna y debidamente la población que puede trabajar en medio de una pandemia requiere gran innovación y creatividad, generosidad, cuidado del otro. ¿Nos le medimos a la tarea, cada cual, en su propio mundo, haciendo de su devenir realidades que sirvan a los demás y no esperar futuros soñados que la pandemia nos ha enseñado no existen?