Tradición y revolución – Parte 1
Colombia, en medio de una expresión democrática transparente, vivió unas elecciones presidenciales donde los dos candidatos procedentes de ideologías políticas opuestas ofrecían cambios radicales.
Esta pretensión del cambio radical vale la pena contrastarla con una institución que el común de las personas considera retardataria: la Iglesia Católica. Y no solo en ciertos ámbitos políticos, sino especialmente académicos, suele tachársele como una institución inflexible y por ello causante de los males sociales que las distintas ideologías políticas pretenden curar, por no hallarse aquella a la altura de los tiempos.
Por creer que las ideas de Thomas Merton, monje trapense y autor reconocido, en su libro New Seeds of Contemplation escrito hace seis décadas [1], vienen al caso sobre los temas de tradición y revolución, ofrezco una traducción libre de uno de sus capítulos con algunas anotaciones que coloco en corchetes […].
[Luego de dos años de Pandemia, los gobiernos hacen un esfuerzo por regresar a la “normalidad”. Subyace en ello una aspiración por olvidar los cambios, esos sí, radicales sucedidos durante ella. Por cambios radicales me refiero a la incertidumbre que echó por tierra la idea de futuro predecible y progreso permanente.
El comportamiento de gobiernos y de las poblaciones de países de altos ingresos durante la Pandemia con respecto al resto de países demostró la sinceridad de su solidaridad. Hubo países con sobreoferta de vacunas por habitante, mientras poblaciones de países de bajos ingresos aún no tenían acceso alguno. Existen hoy investigaciones que demuestran que, sin un acceso equitativo a ellas, seguirán dándose nuevas cepas del virus. [2]
Otro hecho más reciente que ilustra lo relativo también a la solidaridad en general entre países son las restricciones de exportaciones de parte de estos, esta vez, representantes de todo el espectro económico. La globalización viene en franco deterioro, no tanto por la invasión rusa a Ucrania cuanto por el colapso de buena parte de las cadenas de suministro en todo el mundo. La inflación creciente, y el deseo de garantizar la seguridad alimentaria de los gobiernos a sus poblaciones, explica en alguna medida esa codicia.
Esta actitud de “sálvese quien pueda” echa al traste los bien intencionados objetivos del “desarrollo sostenible” de querer acabar con la pobreza, el hambre, la ignorancia, la inequidad, el trabajo injusto, el deterioro ambiental y recuperar los ecosistemas terrestres y marítimos.[3]
Con esto el tema de grandes cambios –léase revolucionarios– intencionados por líderes inspirados por ideologías de todos los matices, es un asunto bastante más complejo de lo que ellos y sus seguidores consideran.
Lo escrito por un monje trapense hace más de seis décadas, alerta sobre las limitaciones humanas de quienes se ofrecen como redentores de los males sociales y autores de cambios revolucionarios. Thomas Merton fue un autor prolífico, pacifista, influyente tanto en la lucha por los derechos civiles como por la abolición de la guerra del Vietnam norteamericana.
El capítulo de Tomás Merton que traducimos se refiere a “Tradición y revolución” del libro ya citado. Afirma su autor que] “[…]la más grande paradoja sobre la Iglesia católica se refiere a ser tradicional y revolucionaria a la vez. Sin embargo, de otra parte, la paradoja es aparente, ya que la tradición cristiana, en contraste con las demás, desde su origen se halla en una revolución viva y permanente.
Todas las tradiciones humanas tienden al estancamiento y al deterioro. Pretenden perpetuar cosas que no resisten perpetuación alguna. Se aferran a objetos y valores que el tiempo destruye sin misericordia. Se hallan ligadas al orden material y contingente de las cosas –costumbres, modas, estilos y actitudes—que cambian inevitablemente y dan lugar a otras cosas.
La presencia de elementos humanos conservadores en la Iglesia no debe distraer del hecho que la tradición cristiana, sobrenatural en su fuente, se opone de modo absoluto al tradicionalismo humano.
La tradición viva del catolicismo es semejante a la respiración del cuerpo; renueva la vida. Renueva la vida combatiendo el estancamiento. Es una revolución constante, pacífica y pausada contra la muerte.
[Un ejemplo de ella son los habitantes de Barcelona. Su Catedral de Santa Eulalia en Barcelona, fue construida sobre los restos de una Iglesia paleo cristiana del siglo V y que a lo largo 15 siglos se le adicionaron toda suerte de reformas.
Tomada de Wikimedia.org
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Sin haber terminado aún dicha Catedral los catalanes de se lanzan a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX a la construcción de la Basílica de la Sagrada Familia: construcción monumental diseñada por el genial arquitecto Gaudi
La razón por la cual la tradición católica es una tradición se debe a la existencia de una sola doctrina cristiana viva. La verdad del cristianismo se halla toda revelada, otro asunto es que dicha verdad aún no sea totalmente comprendida.
La vida de la Iglesia es la misma verdad de Dios, infundida por el mismo Espíritu, sin que exista verdad alguna que la suplante o supere.
Lo único que puede reemplazar esa vida intensa, es una vida disminuida, una especie de muerte. Alejarse de Dios es una tendencia humana frecuente. Dicha tendencia se combate con un retorno a la tradición, que renueva y profundiza la vida única y permanente infundida por la Iglesia desde su origen.
Dicha tradición es siempre una revolución, ya que niega los valores y las pautas en los que las pasiones humanas se hallan intensamente imbricadas.
A los que aman el dinero, el placer, el prestigio y el poder les dice: “sean pobres, vayan a los extremos olvidados de la sociedad, ocupen los últimos puestos, vivan con los marginados, amen a las personas y sírvanlas en lugar que ellas les sirvan. No combatan a quienes los maltraten, en su lugar oren por quienes les hacen daño. No busquen los placeres, aléjense de las cosas que complacen el pensamiento y los sentidos. En su lugar, busquen a Dios en el hambre, la sed y la oscuridad de los desiertos del espíritu y que transitarlos parece una locura. Carguen la Cruz de Cristo, eso es, imiten su humildad, pobreza, obediencia y renuncia; así hallarán paz en sus almas.”
Esta es la revolución más extensa y profunda que jamás se haya predicado. De hecho, es la única revolución verdadera, ya que las otras revoluciones exigen exterminar a quienes se oponen a ellas. En cambio, aquella revolución implica la muerte del imaginario de la persona que cada cual piensa ser.
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Una revolución supone un cambio que todo lo conmociona. Sin embargo, la ideología que propende por la revolución política no cambiará nada, excepto las apariencias. Habrá violencia, el poder pasará de manos, pero tan pronto se apaguen las brasas y los cadáveres se hallen bajo tierra, la situación en esencia será la misma a la existente antes; habrá un puñado de autócratas en el poder explotando a los demás. Habrá la misma codicia, crueldad, lujuria, ambición, avaricia e hipocresía presentes en el estado anterior.
[Uno de los casos ícono fue la Revolución Bolchevique en Rusia en los inicios del siglo pasado y el posterior régimen de Stalin que condenó a muerte a millones de sus coetáneos.
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Esto se debe a que las revoluciones de los hombres no cambian nada. La única autoridad que realmente vence la injusticia e inequidad entre las personas es el poder que existe en la tradición cristiana, que renueva permanentemente la Vida, que es la Luz de los hombres.
Estas ideas no tienen asidero para quienes no consideran experiencia alguna de este aspecto revolucionario de la verdad cristiana. Más grave aún, dicha dinámica les parece ridícula para quienes solo se detienen en la corteza endurecida y muerta de conservatismos humanos que, como percebes se incrustan a los cascos de una embarcación.
Tomado de: Wikimedia.org
Cada cristiano y cada nueva época de la Iglesia debe redescubrir esta verdad, este retorno a la fuente de la vida cristiana.
Exige una renuncia personal intensa, aceptar que para emprender el camino a Dios se necesita la guía y asistencia de otras personas. Aceptarlo requiere sacrificio [y gran humildad] pues solo un don de Dios nos enseña la diferencia entre esa coraza de formalismo en la Iglesia, que en ocasiones le confiere la índole humana de algunos de sus integrantes, y la corriente de Vida Divina que constituye la tradición católica.
Hasta aquí la primera parte del Capítulo de “Tradición y revolución”.
[La más clara evidencia de lo afirmado por Merton es la misma historia de la Iglesia. Varias naciones de lo que hoy son Europa fueron evangelizadas en el primer milenio. Roma como capital del Imperio antes de su división representaban la cultura de la época. Algo bien diferente eran los pueblos bárbaros cuyos dialectos fueron formalizados (alfabetos que permitieron la escritura) por los misioneros. Nacen así las lenguas romances conocidas hoy como el español, el francés, el italiano, portugués y rumano; y las lenguas germánicas de donde se origina el inglés.
Puedo afirmar con el riesgo a ser tachado de euro centrista que la cultura Occidental se gesta en la Europa naciente, sobre las ruinas del Imperio romano. Lo único que la gente conoce de la Iglesia son las Cruzadas y la Inquisición; siempre a partir de una información precaria sacada del contexto en el cual se sucedieron esos acontecimientos. La historia de la Iglesia se halla imbricada en la historia de Europa; inspiró los hospitales, las universidades y los gobiernos demócratas. El secularismo actual es relativamente reciente si se considera un horizonte de 20 siglos de evangelización europea.
La Iglesia, por lo tanto, sufrió todas las guerras de esos pueblos. Templos, conventos, monasterios derruidos cuando no incendiados. Persecuciones, martirios, desplazamientos. Luego ella sabe bien sobre revoluciones humanas y puede contrastarlas con la revolución espiritual de la cual ella siempre ha sido Madre y Maestra.]
[1] Merton, Thomas, New Seeds of Cantemplation. New York: New Directions Book. 1962
[2] Ye, Y., Zhang, Q., Wei, X. et al. Equitable access to COVID-19 vaccines makes a life-saving difference to all countries. Nat Hum Behav 6, 207–216 (2022). https://doi.org/10.1038/s41562-022-01289-8
[3]Naciones Unidas. Objetivos de Desarrollo Sostenible. https://www.un.org/sustainabledevelopment/es/objetivos-de-desarrollo-sostenible/