Posibles retos para la Iglesia Católica en Latino América en el siglo XXI? 2ª Parte

La Iglesia Católica como institución se le comprende solo en medida limitada por las ciencias sociales. Se trata de una organización con 20 siglos de existencia. El ejército, también como institución, puede decirse que incluso cuenta con mayor existencia. Otro asunto es referirse a la Iglesia como el “cuerpo místico de Cristo”. Esta es una afirmación solo comprensible para el creyente. Abordar el tema título de este escrito exige aclarar desde cuál perspectiva se la va a abordar: desde, por ejemplo, del estudioso social o desde el creyente, aunque no tienen por qué ser excluyentes. Es lo que haremos aquí: la razón y la fe se complementan bien.  En el escrito anterior describimos algunos hechos de los últimos siglos sucedidos en la Iglesia en Occidente y en Europa en particular. Sin estos antecedentes se dificulta comprender algunos sucesos de la Iglesia en la región. En este abordamos ya no solo algunos hechos en la Iglesia en Latinoamérica, sino una interpretación de estos a la luz de los retos que nos conciernen.

Dicha interpretación parte de considerar algunos aspectos de la teología de la liberación que pretenden liberar la región del colonialismo económico ejercido por el Norte, en particular, los Estados Unidos. Esto no les impide a sus correligionarios implantar otro colonialismo aún más corrosivo, el de un socialismo que ha llevado a la ruina a tres países de la región: Cuba, Nicaragua y Venezuela.

En su estela dicha teología alentó una cultura anti empresarial y anti emprendedora en la región por negar cualquier iniciativa de generación de riqueza. Cuando el problema aún no resuelto es el de su justa distribución.

La Doctrina Social de la Iglesia y varias Exhortaciones Apostólicas definen claramente la liberación a la cual se refiere Jesús: liberarnos de las garras del pecado para encaminarnos hacia una vida plena que al final de nuestra vida terrenal podamos emprender camino a la vida eterna.

En la 3ª parte argumento que esta acción de “cruzados contemporáneos” distrajo a un buen número de integrantes de la Iglesia (clero y feligreses) de la verdadera amenaza, la de la Revolución sexual iniciada en la década de los 60 del siglo pasado.  Revolución sexual que causa los estragos del aborto, la disolución familiar y la disolución de identidad, todos iniciados en el Norte y que avanza en la Región.

La advertencia de la Humanae Vitae (1968) sobre las consecuencias de la anticoncepción que libera al sexo de su responsabilidad procreativa para convertirlo solo en una diversión, afloran ahora de modos paradójicos. La ausencia de ciudadanos que sean personas con carácter, templadas, austeras, pudorosas –virtudes asociadas al sexo como donación de personas y no como gimnasia genital—resta a la sociedad de personas íntegras, lúcidas, fuertes, de carácter y con capacidad de discernimiento.

Tal vez eso explique el porqué la población se ha vuelto vulnerable y manipulable, por ejemplo, por demagogos y populistas. Las virtudes cívicas que garantizan un bien de orden se han erosionado.

En los albores del siglo XX

Las expropiaciones a la Iglesia sucedidas en Europa sucedieron también en Latinoamérica durante el siglo XIX. “Lo bienes de manos muertas” se refería a los bienes raíces, muebles, semovientes y préstamos hipotecarios que por hallarse en poder del clero no formaban parte del mercado. Eran cuantiosos y se consideraba que detenían el avance de la producción. Se desamortizaron y, en el caso colombiano, la nación le reconoció a la Iglesia Católica parte de su valor. En términos de una investigación reciente del Banco de la República “fue la reforma económica más importante del siglo XIX, pues constituyó al menos el 16% del PIB de 1860, y porque fue un excelente negocio para la nación colombiana.”(Jaramillo & Roca, 2008)

Ya entrado el siglo XX las relaciones de la Iglesia, gobiernos y grupos de interés no fueron tan cordiales en la región. Por ejemplo, a raíz de la Revolución Mexicana sucedida en las primeras décadas del siglo XX, se gestó no sólo un anticlericalismo violento, sino una persecución a los mismos fieles. Algunos de estos tomaron las armas y organizaron ejércitos conocidos como los “cristeros”. En las décadas del 20 y 30 se dieron encuentros violentos. De una parte, las fuerzas del gobierno hacían valer la Constitución que prohibía el culto, cualquier manifestación religiosa e impedía organizaciones relacionadas con las iglesias y los monasterios. De otra parte, los cristeros exigían la eliminación de esas leyes. Las consecuencias de este conflicto perduran a lo largo de dicho siglo. El rigor de aquellas normas cedió, la religiosidad del pueblo mexicano se manifiesta hoy con relativa libertad y las relaciones Iglesia-Estado son de tolerancia mutua.    (Guerra Cristera, n.d.)

Diferente al caso de la Revolución Francesa, ya mencionado, en que no hubo resistencia armada de parte de fieles católicos, el caso mexicano, en nuestra interpretación, inaugura un modo contemporáneo de querer imponer no sólo la fe religiosa sino otras causas –como la justicia social– con el empleo de las armas.  En dicho caso para defender la práctica del culto, pero en casos más recientes como el colombiano en búsqueda de una justicia social. Es el caso de exsacerdotes que empuñaron las armas de movimientos guerrilleros. Exsacerdotes integrantes del ELN (Ejército de Liberación Nacional) como Camilo Torres –quien muere en combate en 1966 a los 37 años– y el español Manuel Pérez –quien muere enfermo en el monte en 1998 de 54 años). Estos fueron casos extremos ya que durante ese siglo se da lo que en nuestra interpretación fue para un puñado de sacerdotes, obispos, cardenales y fieles su afán por mitigar a todo coste la pobreza extrema presente en la región.

La Iglesia siempre ha tenido presente no sólo a los pobres, sino a las poblaciones vulnerables, marginadas, ancianos, huérfanos, a los enfermos [1]. Bien lo demuestran todas las iniciativas que a lo largo de su historia las órdenes religiosas y los mismos sacerdotes seculares en sus parroquias y obispos en sus diócesis han creado. Los hospitales son creación de la Iglesia -surgen, entre otros lugares en las rutas de peregrinación –como el Camino de Santiago– desde los primeros siglos de nuestra era.

Sin embargo, en el siglo XX pareciera existir algo particular en la preocupación por los pobres y en particular para la Región latinoamericana.  Miremos su posible origen: en las décadas entre los 30 y los 60 se dio en Francia y Bélgica el movimiento de sacerdotes “obreros”, quienes compartían las condiciones de vida –trabajo y vivienda– de operarios y obreros con el fin de acercar el Evangelio a las circunstancias de esas poblaciones. Dicho movimiento tuvo reflejo inicialmente en Argentina, ya no fueron los “cristeros”, sino los “villeros”, por vivir en las villas o zonas marginadas de las ciudades. Su Evangelización era pacífica y en imitación de Cristo. Sin embargo, por su prédica algunos fueron encarcelados, cuando no desaparecidos por los gobiernos dictatoriales. A partir de los años 50 Brasil se distingue por la franqueza de misioneros presbiterianos, de obispos y teólogos católicos en sus denuncias de la pobreza urbana y la rural. Emplearon categorías marxistas para el análisis de los problemas sociales. Estas categorías influyen lo que vino a conocerse luego como teología de la liberación. (Teologia de La Liberación, n.d.)

Desde entonces se puede afirmar que en las conferencias episcopales latinoamericanas (Medellín 1968, Puebla 1979, Santo Domingo 1992, Aparecida 2007) se leen los hallazgos y acuerdos del Vaticano II a la luz de las circunstancias de la Región.  A partir de ello llevan a cabo, de una parte, una pastoral y Evangelización acorde con ello. De otra parte, existe una corriente paralela cuando no enfrentada y cuya narrativa e ideario lo protagoniza dicha teología de la liberación. Ésta no tiene su origen en autores de la Región, sin embargo, se debe reconocer que los pensadores más destacados han sido latinoamericanos. El caso más sobresaliente tal vez sea el del jesuita –hoy dominico– Gustavo Gutiérrez (Gutiérrez, 1973).

Michael Novak, autor norteamericano, hizo en 1991 un análisis certero sobre los dilemas que entonces enfrentaba dicha teología; a la que, en primer lugar, caracterizó como portadora de una propuesta fundamentada en cuatro conceptos: praxis, los pobres, la opresión y el socialismo. La construcción de una sociedad socialista –al modo de la revolución marxista–, sostiene Gutiérrez, permitiría que los pobres del tercer mundo combatieran la opresión sufrida por obra del primer mundo representado por los EEUU. Y serían los teólogos de la liberación los conductores de dicha praxis.(Novak, 1991)

El problema surge cuando se pretende una simbiosis de Marx con Cristo. No se puede afirmar que toda teología de la liberación sea marxista, sin embargo, sí existe en dicha teología una lectura de la sociedad que se presta a una consideración de la pobreza y del pobre sólo económica. Atribuye entre otros factores causantes de dicha pobreza “un pecado estructural” o en categorías menos religiosas como la de “deuda social”.

Y hoy como estela de este pensamiento surge la ideología indigenista que niega cualquier contribución positiva de la Corona española durante la conquista y colonia.(Gabriel Calvo Zarraute, n.d.)

El problema con el análisis marxista y sus categorías es que considera a todo “capitalista” codicioso –razón por la cual los comunistas deben sustraerles los medios de producción. La codicia es un vicio que se presenta no sólo con las posesiones materiales, sino con el prestigio –por ejemplo, académico– y el poder—gubernamental o corporativo. Todas son categorías en las cuales, paradójicamente, cayeron todos los integrantes del politburó soviético y hoy los integrantes de su equivalente en la República Popular China.

Tengamos presente que en el tema de vicios y virtudes todas las personas somos vulnerables. Es ingenuo, por decir lo menos, creer que los líderes de un movimiento político no son vulnerables a los vicios que aquejan a cualquier ser humano. Es el caso de las guerrillas y autodefensas en nuestro país. Algunas se iniciaron como adalides de la justicia social y para ello emplearon toda suerte de acciones violentas como los secuestros, las vacunas y finalmente el terrorismo. Lo que nunca dimensionaron fue su relación con la droga y el narcotráfico que abrió su apetito voraz pervirtiendo sus propósitos iniciales transformándose en carteles del narcotráfico de la más compleja sofisticación; y naturalmente donde la codicia es inevitable.

Un sentido del “capitalista” es el rentista y como lo ha demostrado el mercado financiero en el mundo, su acción puede ser positiva. Otro sentido es el del empresario, el emprendedor. Y este es el motor de la economía. El mejor ejemplo es la China actual donde su gobierno totalitario favorece ahora la “iniciativa privada” a cientos de millones de familias emprendedoras cuyos hijos atienden las mejores universidades de Norteamérica y Europa. Es tal vez el país más capitalista del mundo, sólo que es un gobierno totalitario el que lo impone.

La Inglaterra de la Revolución Industrial del siglo XIX que despertó la preocupación y sensibilidad de Marx no reflejan las condiciones sociales y económicas de Latinoamérica en los albores del siglo XXI. Basta observar las condiciones laborales del empleo formal contemporáneo y las prestaciones, incluyendo la salud con la cual cuentan dichos empleados hoy. Pero también el empleo informal que, a pesar de su precariedad y otros aspectos negativos, impide la inactividad de las personas y le provee posibilidades mínimas de existencia a dicha población. Y en el caso colombiano servicios de salud a toda la población, empleada o no. Esa no era la Inglaterra de Marx.

Las diversas teorías económicas enfrentan la pobreza económica de modos diferentes, proponiendo desde una libertad máxima del mercado a un control total de este en un régimen totalitario. Cualquiera que sea la sociedad y la teoría que ampara su economía, la Iglesia debe denunciar dimensiones de la pobreza y situaciones de injusticia social. Sí. Pero esto en el contexto por ser una de las amenazas a la dignidad de la persona humana independiente de su ubicación económica. Ahora bien, lo que no se puede pretender es que la Iglesia sea la única institución que le dé una solución total a dicha situación.

En los Hechos de los Apóstoles cuando relatan la conformación de las primeras comunidades cristianas y en las que ninguno pasaba necesidad se refiere a los que compartían himnos, lecturas y la Eucaristía. No necesariamente a todos los pobres de la ciudad o poblado. La responsabilidad es de la comunidad eclesial de fieles adscritos a ella para con sus integrantes pobres, es a estos que le proveían medios para que “no pasaran necesidad”.

Veinte siglos después debido a la estratificación física y económica de las localidades no siempre se da la diversidad económica y social de las primeras Iglesias y parroquias. En cambio, hoy lo que suele suceder en la región son parroquias con prelación de poblaciones de menores ingresos. Por ello las diócesis reciben aportes de las parroquias más pudientes para redistribuirlos luego en aquellas de poblaciones de recursos escasos.

Evangelizar en medio de poblaciones de inequidad pronunciada no es fácil así el Evangelio valore la pobreza. Cristo vivió pobremente y trató a los pobres con preferencia. Sin embargo, su denuncia a los fariseos y miembros del Sanedrín no eran económicas ni políticas. Se referían a la hipocresía de estos y a las duras cargas que por tratarse de una teocracia imponían al pueblo. De ahí que las versiones de la teología de la liberación que atribuyen a Cristo propósitos económicos y políticos desvirtúan el mensaje cristiano al punto que varios Papas han llamado la atención al respecto.

El primer Papa que llamó la atención fue Pablo VI que reunió un Sínodo (1974) con el fin de discutir los nuevos retos que el tema suscitaba. Allí Karol Wotjyla, aún cardenal, alertó la diferencia entre para quienes el marxismo es una abstracción fascinante y para quienes viven su realidad cotidiana. Una cosa era lo que pensaban los obispos del Norte y otra lo que un grupo de latinoamericanos para quienes la Iglesia Misional y Evangelizadora significaba liberación económica y política en el camino de la teología de la liberación. El cometido del Cardenal de Cracovia para lograr un consenso, como relator, sobre el papel de la Iglesia en el tema no lo logró.  Pablo VI elaboró entonces la Encíclica Evangelium Nuntiandi donde a partir de las discusiones de dicho Sínodo hace claridad sobre el tema.

Revisaremos aquellos acápites en que el Papa trata con lucidez el tema de la Evangelización en general y alerta la vulnerabilidad a la violencia que, por ejemplo, algunas versiones de aquella teología “liberadora”  manifiestan.

Pablo VI debió presidir y llevar a feliz término las dos últimas reuniones del Concilio. Algunos estudiosos consideran que  Evangelium Nuntiandi fue su testamento conclusivo de los documentos del Vaticano II al modo como lo fue  Mater et Magister el discurso inaugural de Juan XXIII para el Vaticano II.

Si el Concilio Vaticano II reafirmó la prioridad de la Iglesia para con los pobres, lo hizo dentro del propósito pastoral no dentro del propósito ideológico libertario, económico y político de la teología mencionada.

Por considerar que uno de los mayores retos para la Iglesia Latinoamericana en los albores del siglo XXI es aclarar su papel como liberadora espiritual antes que liberadora económica, social y política citamos y glosamos algunos apartes del Evangelium Nuntiandi en que Pablo VI deja muy en claro el rol de la Iglesia y de nosotros como fieles en relación con este tema.

El Sínodo mencionado (1974) tuvo representación de obispos de todos los continentes. En particular los procedentes del Tercer Mundo llamaron la atención sobre la situación de sus pueblos

[…] empeñados con todas sus energías en el esfuerzo y en la lucha por superar todo aquello que los condena a quedar al margen de la vida: hambres, enfermedades crónicas, analfabetismo, de pauperización, injusticia en las relaciones internacionales, y, especialmente en las relaciones comerciales, situaciones de neocolonialismo económico y cultural[2], a veces tan cruel como el político, etc. La Iglesia, repiten los obispos, tiene el deber de anunciar la liberación de millones de seres humanos[3], entre los cuales hay muchos hijos suyos; el deber de ayudar a que nazca esta liberación, de dar testimonio de la misma, de hacer que sea total. Todo esto no es extraño a la evangelización.(Pablo VI, 1975. No. 29)

Dicha Exhortación Apostólica aclara que, si bien existen lazos estrechos entre evangelización, desarrollo y liberación, el sentido de las dos últimas nociones es necesario precisarlos. Evangelizar es una acción de persuasión a personas concretas que deben hallarse en condiciones mínimas de dignidad humana. Pero el reto es el de

[…] ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo, sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre? […] no es posible aceptar que la obra de evangelización pueda o deba olvidar las cuestiones extremadamente graves, tan agitadas hoy día, que atañen a la justicia, a la liberación, al desarrollo a la paz en el mundo. Si esto ocurriera, sería ignorar la doctrina del Evangelio acerca del amor hacia el prójimo que sufre o padece necesidad.(Pablo VI, 1975. No. 31)

Sí, pero ¿cómo hacerlo? es la pregunta esencial y definitoria.

De ahí que renglón seguido el Papa celebra que el Sínodo hubiera acordado los principios iluminadores para comprender “la importancia y sentido profundo de la liberación tal y como la ha anunciado y realizado Jesús de Nazaret y la predica de la Iglesia.” (Ibid.) Principios que pasamos ahora a considerar.

El primer principio, se halla contenido en el artículo 32 que invita a obrar sin reducciones ni ambigüedades al referirse al hecho que muchos “cristianos generosos” sensibles a las condiciones dramáticas de grupos de población han caído en la tentación de reducir su misión a un proyecto puramente temporal fundamentado en una perspectiva antropocéntrica, donde la salvación se refiere a un bienestar material y a una actividad, antes que espiritual y religiosa, a una de orden político y social. Si la Iglesia cae en esto, se vuelve presa de los sistemas ideológicos imperantes y su mensaje no tendría nada de novedoso. Olvidar que la finalidad de la evangelización es religiosa dirigida ante todo al reino de Dios como la razón de ser de la acción de la Iglesia, es sustraerla de su esencia.

El segundo principio, se halla contenido en el artículo 33 que deja muy en claro a qué se refiere la Iglesia con el concepto de “liberación evangélica”.

En primer lugar, “no puede reducirse a la simple y estrecha dimensión económica, política, social o cultural, sino que debe abarcar al hombre entero, en todas sus dimensiones, incluida su apertura al Absoluto, que es Dios. [Liberación que] va por tanto unida a una cierta concepción del hombre, a una antropología que no puede nunca sacrificarse a las exigencias de una estrategia cualquiera, de una praxis o de un éxito a corto plazo.” (Pablo VI, 1975)

El tercer principio, estipula que dicha evangelización y liberación debe hallarse centrada en el reino de Dios. “La Iglesia asocia, pero no identifica nunca, liberación humana y salvación en Jesucristo, porque sabe por revelación, por experiencia histórica y por reflexión de fe, que no toda noción de liberación es necesariamente coherente y compatible con una visión evangélica del hombre, de las cosas y de los acontecimientos; que no es suficiente instaurar la liberación, crear el bienestar y el desarrollo para que llegue el reino de Dios.” (Pablo VI, 1975, articulo 35)

Renglón seguido se refiere al vacío que la liberación temporal y humana presenta cuando se le contrasta con la liberación a la cual se refiere la Iglesia. Aquella por más que pretenda justificarse en citas del Antiguo o Nuevo Testamento, o a recientes hallazgos teológicos, y ofrezca sólo una liberación política y económica lleva el germen de su propia negación por no hallarse animada por la justicia en la caridad. En cambio, la liberación evangélica entraña una dimensión verdaderamente espiritual y su objetivo final es la salvación y la felicidad en Dios.

El cuarto principio, expuesto en el artículo 36, se refiere tal vez al más exigente. La visión cristiana del ser humano reconoce que se halla dotado de inclinaciones que de no ser saneadas impiden que las mejores estructuras, los sistemas y regímenes políticos más idealizados se conviertan pronto en inhumanos. Es la conversión intelectual, moral y espiritual que sanee dichas inclinaciones requisito sine qua non para lograr un bien de orden en la sociedad donde se dé un desarrollo pleno de las capacidades humanas.

  • En el caso colombiano lamentablemente se contó con un puñado de ex sacerdotes que empuñaron las armas, personificaron la aspiración de la versión violenta de la teología de la liberación. De ahí que Pablo VI en su visita a Colombia en 1968 con motivo del Congreso Eucarístico nos exhortara a “[…] no poner vuestra confianza en la violencia ni en la revolución; esta actitud es contraria al espíritu cristiano e incluso puede retardar, en vez de favorecer, la elevación social a la que legítimamente aspiráis.”[…] “Debemos decir y reafirmar que la violencia no es cristiana ni evangélica, y que los cambios bruscos o violentos de las estructuras serán engañosos e ineficaces en sí mismos y ciertamente no conformes con la dignidad del pueblo.”

 

  • Camilo Torres, aun siendo sacerdote, se desempeñó como capellán de la Universidad Nacional. Esto explica el por qué buen número de jóvenes lo idealizaron y lo convirtieron en un héroe, tan pronto se unió a la guerrilla. Sigue formando parte del panteón de héroes guerrilleros como el Che Guevara, Castro, Chaves.

 

  • ¿Cuál entonces será nuestro papel como cristianos en una sociedad con los indicadores altos de inequidad? Además, en medio del fracaso de grupos violentos cuyos ideales políticos de antaño de “justicia social” derivaron en el tráfico de drogas de la más alta sofisticación hasta lograr su impunidad e integrar hoy no sólo escaños en el Congreso, sino las más altas posiciones del poder ejecutivo del Estado.

 

  • Esa misma Carta Apostólica ofrece una respuesta clara y meridiana. En su artículo 38 se refiere al papel de la Iglesia que “Trata de suscitar cada vez más numerosos cristianos que se dediquen a la liberación de los demás. A estos cristianos “liberadores” les da una inspiración de fe, una motivación de amor fraterno, una doctrina social a la que el verdadero cristiano no sólo debe prestar atención, sino que debe ponerla como base de su prudencia y de su experiencia para traducirla concretamente en categorías de acción, de participación y de compromiso. Todo ello sin que se confunda con actitudes tácticas ni con el servicio a un sistema político, debe caracterizar la acción del cristiano comprometido. La Iglesia se esfuerza por inserir siempre la lucha cristiana por la liberación en el designio global de salvación que ella misma anuncia.”

Ya a finales de los 70 para la reunión del CELAM en Puebla, todo parecía indicar una escisión profunda en la Iglesia Latinoamericana precisamente instigada por algunos teólogos de la liberación. Sin embargo, el Papa Juan Pablo II logró detener la avalancha. Mejor aún recordó lo que su predecesor el Papa Pablo VI había llamado a la Región: “Vosotros sois el continente de la esperanza”

El Papa Juan Pablo II continuó alertando, en el camino trazado por su antecesor, el peligro de una actitud liberadora sólo en términos materiales y abierta a la violencia revolucionaria como único camino para erradicar la opresión y la pobreza.  Durante su papado tanto él mismo como el Prefecto de la fe, el cardenal Ratzinger, combatieron la teología de la liberación en su versión violenta.

Luego concluyo que ha sido un flaco servicio el que esa versión violenta de la teología de la liberación ha dejado en la Iglesia latinoamericana.

Una consecuencia de ello es la existencia lamentable de una población proclive a los populismos derivados de esa ideología. Sí, ideología, porque ese pensamiento tiene poco o nada de teología.                                                                                           

 

[1] La Iglesia Católica es la organización privada que mayor número de pacientes del SIDA atiende. https://en.wikipedia.org/wiki/Catholic_Church_and_HIV/AIDS

 [2] La teología de la liberación y las ciencias sociales solo atendieron factores económicos y no consideraron el neocolonialismo cultural de la revolución sexual. Este en la región se manifestó en la imposición de políticas de control natal compulsivo, nada compatibles con la doctrina católica de la paternidad responsable. Dicha teología, de una parte, alentó una cultura anti empresarial y de resentimiento hacia todo emprendimiento que genere riqueza -componente esencial de la ética guerrillera-. De otra parte, lo que nos parece más grave es haber distraído del neocolonialismo cultural mencionado, ya que deja a la deriva una población proclive a la infidelidad y su consecuente disolución familiar, al empleo de la mujer únicamente como objeto de placer, personalidades timoratas por no contar con ningún hábito de autocontrol y, finalmente, una crisis alarmante de identidad humana donde el género es asunto de sentimiento y gusto. Este tema lo abordaremos en la tercera parte de los retos que venimos considerando.

[3] Hace bien la Iglesia en denunciar y en ofrecer posibles causas, pero no se le puede exigir, sea la que solucione un problema cuya complejidad y causas supera a las teorías vigentes, a los estados, a las empresas, a las economías políticas, a los arreglos institucionales cuyo trasfondo es el egoísmo y la codicia humanos.

Bibliografía

Gabriel Calvo Zarraute. (n.d.). La protestantización de la Iglesia. Https://Www.Youtube.Com/Watch?V=g1rYndiKIGE&t=1357s.

Guerra Cristera. (n.d.). Wikipedia. https://es.wikipedia.org/wiki/Guerra_Cristera

Gutiérrez, G. (1973). A Theology of Liberation. History, Politics and Salvation (W. E. Jerman, Ed.; 1988th ed.). Orbis Books.

Jaramillo, R. L., & Roca, A. M. (2008, December). Más allá de la retórica de la reacción, análisis económico de la desamortización en Colomiba, 1861-1888. Cuadernos de Historia Económica y Empresarial, 1–66.

Novak, M. (1991). Liberation Theology – Whats Left. First Things. https://www.firstthings.com/article/1991/06/liberation-theology-whats-left

Pablo VI. (1975). Evangelii Nuntiandi Exhortación Apostólica.

Teologia de la liberación. (n.d.). Https://Es.Wikipedia.Org/Wiki/Teolog%C3%ADa_de_la_liberaci%C3%B3n.