Algunos judíos poderosos y romanos en el año 33 de nuestra era, enemigos mortales se unen en el momento de acusar y desear la muerte de Jesús de Nazareth. Sus irreconciliables diferencias, su odio y rencor mutuo desaparecen por unos momentos. Juntos arremeten contra un carpintero sencillo del pueblo judío. A los primeros les estorbaba que se refiriera a las Escrituras con tanta propiedad y que expusiera el maltrato que ellos le  infringían al común de la gente  en nombre de la religión.

A los segundos les complacía flagelar, burlar y crucificar a un hijo de ese pueblo al que dominaban y odiaban por tantos problemas que les causaban. Además, el poderlo hacer con la complacencia de los poderosos de esa misma gente era una ocasión excepcional. Esos soldados arremetieron contra Jesús como si lo estuvieran haciendo contra todo el pueblo. Porque, además, contaban con el beneplácito de su gobernador.

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Ecce homo de Antonio Ciseri (1) .jpg.  Wikimedia Commons, el repositorio de medios gratuito .

Es la paradoja de cómo enemigos mortales olvidan por un instante sus querellas y se juntan para hacer violencia y arremeter contra aquel que consideran enemigo común.

Exceptuando a su madre y a sus discípulos, aquellos judíos y soldados no sospechaban nada sobrenatural en Jesús, era simplemente el hijo de un carpintero que había alborotado al pueblo con su predicación y obrar; por lo tanto, para ellos él merecía esa muerte ignominiosa.

Las palabras de Jesús en la cruz rogando al Padre que perdonase a sus verdugos “porque no saben lo que hacen” [Lc 23:34] revelan su humanidad. Una humanidad plena de un amor jamás antes visto. “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.” [Jn 15:13]

Una humanidad tan plena que su divinidad no asomaba por ningún resquicio del suplicio que sufría. Sin embargo, el ladrón arrepentido sí debió intuir algo superior para haberle suplicado su salvación a la otra vida:  Este le dijo: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.” A lo que Jesús respondió: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.” [Lc 23: 42-43]

Otra paradoja asociada a la Pasión y Crucifixión de Jesús es la relativa al hecho que unos días antes, el pueblo había recibido a Jesús en Jerusalén con toda suerte de manifestaciones que lo honraban. Incluso “tomaron ramas de palmera y salieron a su encuentro gritando: ¡Hosana! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, y el rey de Israel!” [Jn 12:13]. Pero  ninguno de estos aduladores salieron en su defensa días después apresado, acusado, juzgado y condenado.

Nuestra vulnerabilidad moral asoma ya no por resquicios, sino por las grandes fracturas de la hipocresía cuando adulamos a quienes creemos pueden servir solo nuestro propio interés. O cuando nos aliamos con enemigos solo por el momento para hacer mal a otros.