La pregunta sobre Dios

 

En medio de la cultura secular -léase profana- en que vivimos hoy la pregunta sobre Dios no se formula. Se descarta por tratarse de algo religioso. Y de “religión” nadie quiere que se le hable.

Pues bien, el asunto radica no tanto en el rechazo a la religión cuanto en una ausencia de pensamiento crítico que no se hace las preguntas pertinentes en el momento oportuno.

Aquí emplearemos los aportes de Bernard Lonergan escritos hace medio siglo en su tratado “Method in Theology”(Lonergan, 1990). Este Jesuita, teólogo y filósofo, investiga profundamente el pensamiento científico con el fin de ofrecer a la investigación teológica un fundamento acorde con aquel pensamiento y así recuperar su posición protagónica que ejerció durante más de 15 siglos en Occidente.

Lonergan ofrece un argumento contundente del cual surgen inevitablemente las preguntas sobre Dios.  Las operaciones mentales que ejercemos durante nuestra actividad de conocer son su punto de partida. Operaciones que por la índole de ser humanos solo nosotros ejercemos y que para el propósito de este escrito miraremos en su relación con el preguntar –la segunda nota característica de ser humanos.

Nuestra traducción libre acerca de la contribución de B.J. Lonergan a la pregunta sobre Dios

Asumimos que nuestro preguntar se relaciona con el conocimiento y que este puede relacionarse con el conocimiento del universo. Este supuesto se confirma por sus frutos (la ciencia y todos sus artefactos tecnológicos que ha inspirado).

Si suponemos que el universo es inteligible, entonces….

 

Luego, de modo implícito, suponemos que el universo es inteligible. De lo contrario, la ciencia no sería posible. De donde surge la pregunta, que hoy pocos se hacen de ¿si el universo puede ser inteligible en la ausencia de un fundamento inteligible?  En otras palabras, ¿existe un algo o un alguien inteligente que dé razón de esa inteligibilidad? Y aunque esta es la pregunta sobre Dios, muchos la soslayan. No se hacen la pregunta y si la consideran declaran que no tiene sentido hacérsela o que es inconclusa.

Si reflexionamos sobre nuestro reflexionar entonces…

Ahora bien, podemos avanzar en nuestro inquirir y reflexionar sobre nuestro reflexionar; lo que es lo mismo que preguntar lo que sucede cuando ordenamos y sopesamos la evidencia que tenemos a la mano para afirmar, ya sea que posiblemente x sea así o probablemente no lo sea.

universo

By: Mariordo (Mario Roberto Durán Ortiz) – Own work, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=74880197

Este ordenar y sopesar la evidencia son metáforas para la operación del juzgar. El juicio procede de captar lo virtualmente incondicionado. Noción que nos ayuda a entender limitaciones de la realidad y nuestra forma de comprenderla. Es la noción que nos permite distinguir lo que en el pensamiento filosófico se refiere al ser: o como contingente o necesario.

El primero es el que tiene condiciones; y por eso decimos de él que se halla virtualmente incondicionado. Mientras que un ser necesario es el estrictamente incondicionado. El primero es el mundo como lo captan nuestros cinco sentidos. El segundo, es aquel cuya realidad pertenece a un orden totalmente diferente. Pero ¿existe ese ser necesario? ¿Existe esa realidad que trasciende la realidad de nuestro mundo –“nuestro” porque lo captamos por nuestros sentidos? Lo que indefectiblemente lleva a la pregunta sobre Dios.

universo

By Gebhard Fugel -Tomada de freechristimages.org, Public Domain

Muchos que se hacen la pregunta y responden que tal realidad es inexistente, indefectiblemente explican todo a partir de la materialidad que captan y puedan captar nuestros sentidos.

Si nuestro deliberar vale la pena entonces…

Ahora bien, en nuestra actividad cognitiva podemos avanzar y deliberar sobre x lo que equivale a preguntarse si x vale la pena. Y deliberar sobre el deliberar es preguntarse si cualquier deliberación vale la pena. ¿Pero “vale la pena” tiene un significado más profundo?

Tendemos a alabar al sujeto en el desarrollo de su capacidad de atención, de percepción-intuición (insight), razón y responsabilidad. Alabamos el progreso y denigramos de la decadencia. Sin embargo, podemos preguntarnos ¿si el universo, si la realidad, se halla a nuestro favor? ¿Se halla de nuestro lado? O en términos coloquiales, ¿somos simples apostadores que como idiotas pretendemos nuestra autenticidad individualmente? ¿O la pretendemos colectivamente para arrancarle algo de progreso al arrume de decadencias?

Romanos de la decadencia

By Thomas Couture – Google Art Project: Home – pic Maximum resolution., Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=20092567

 

Si nos atrevemos a preguntar por el origen de nuestra moralidad, entonces…

La importancia de todo lo dicho hasta ahora es que las respuestas que demos a las preguntas formuladas a lo largo de nuestro escrito determinan nuestras actitudes, convicciones y resoluciones.

Y si consideramos que esas preguntas no nos conciernen es difícil soslayar las que siguen.

Pero supongamos que a la pregunta sobre la existencia de un fundamento a la inteligibilidad del universo la respondemos afirmativamente. Vale entonces preguntarnos ¿si ese fundamento es además la primera instancia de la consciencia moral o lo somos nosotros? ¿como seres morales que somos son la cosmogénesis, la evolución biológica y los procesos históricos cognoscibles por nosotros o nos son indiferentes y extraños?

Tal es la pregunta sobre Dios. No es asunto de imagen, sentimientos, conceptos o juicios. Se refiere a respuestas. Son preguntas. Surgen de nuestra intencionalidad consciente, de nuestra tendencia a priori y estructural que nos lleva del sentir-experimentar a esforzarnos por entender, del entender al esfuerzo por juzgar verazmente. Y en la medida que aceptamos nuestro inquirir y procedemos a cuestionarlo, surge la pregunta sobre Dios.

Claro que las respuestas difieren, incluso pueden distorsionar, oscurecer y pasar a segundo plano la pregunta que cuestiona el mismo cuestionar. Sin embargo, el solo oscurecer y distorsionar presupone lo que oscurecen y distorsionan. No importa que las respuestas, religiosas o no, difieran sustancialmente al igual que las mismas preguntas que surgen del proceso. En el origen del inquirir existe la tendencia trascendente del espíritu humano que pregunta, inquiere sin restricción alguna. Pregunta por el significado de su mismo preguntar y por eso llega a la pregunta sobre Dios.

Hasta aquí el texto de Lonergan.

Y si no nos preguntamos sobre Dios entonces…

Una lección que nos deja dichos apartes de su libro es que, a la pregunta sobre Dios, la anteceden otras sobre el fundamento del universo, de nuestra moralidad, de la razón de nuestro preguntar. Y estas no surgen en medio de la permanente distracción en las redes sociales, el hallarnos pensando en el futuro y no en el aquí y en el ahora, en el ajetreo permanente de una actividad cuyo único fin es la supervivencia corporal, o de cómo alcanzar mayor prestigio o poder. No tanto que dichas actividades no sean importantes, cuanto que lo son también el darnos respuesta al sentido de nuestras vidas, al por qué, al para qué, al qué, al cómo y al cuándo de nuestra actividad. Y como la muerte nos llega en algún momento, al igual que el sufrimiento, si no hemos vivido éste aún, pues bueno es procurarnos respuestas antes que la ansiedad, el desasosiego, el temor o la desesperanza cundan en nosotros. Porque de cundir estos y hallarnos en una sociedad donde la eutanasia sea común, lo más probable es que terminemos solicitándola.

Lonergan, B. J. F. (1990). Method in Theology. Toronto: University of Toronto Press.