La muerte

 En un seminario con estudiantes de pregrado propusieron se tratará el tema de la muerte. Como material preparatorio para la discusión propusieron dos videos, uno de Sam Harris “The Paradox of Death”  (136) The Paradox of Death (Episode #263) – YouTube y una charla Ted de Ignacio Torre “Hablemos de la muerte” (136) Hablemos de la muerte | Ignacio Torre | TEDxPaseoAlameda – YouTube

Además, propusieron se considerarán las siguientes preguntas:

 

  1.  ¿Es la muerte algo que nos deba preocupar? Si es tan natural como nacer, ¿por qué?
  2. ¿Hay una forma correcta de enterrar/honrar a los muertos?
  3. ¿Por qué hay tanto misticismo alrededor de la muerte si el resto de los seres vivos no lo tienen?
  4. ¿Es lo que los budistas llaman el apego, lo que en verdad nos duele de la muerte?
  5. ¿El miedo a la muerte es racional o biológico?
  6. ¿Por qué la muerte es un tabú?

La muerte es ausencia de vida, al menos la corporal. Para referirme a la vida y en particular a la vida humana, considero sucintamente que las diferentes posturas pueden englobarse en un continuo cuyos polos se refieren al origen de nuestra vida.

En un extremo de ese continuo se halla la idea que somos producto del azar, de la evolución, de una selección biológica. Somos un organismo vivo, una materialidad consciente, tal vez el más avanzado en complejidad. Tuvimos un origen y en algún momento dejaremos de existir, de nosotros solo quedará los recuerdos que otros guarden.

En el otro extremo de ese continuo se halla la idea que somos creación de un ser superior y dotados de un propósito. En otras palabras, nuestra vida es un don. Esta es una cosmovisión religiosa cuyas diferentes variantes la consideran válida más del 80% de los seres humanos, que forman parte de alguna de las religiones universales.

Creemos que cada extremo, cada polo, da pie a diferentes posturas ante la muerte. Para la del azar, el podcast de Sam Harris ofrece posturas diferentes con argumentos que las sustentan.

En primer lugar, con respecto al tiempo: en la muerte todo cesa, todo finaliza. La enfermedad deja de serlo en un cuerpo exánime. En segundo lugar, con respecto a la índole de la consciencia; la relación mente cuerpo determina qué sea esa consciencia una vez el cuerpo muere, esto supone algo así como una consciencia general y universal, no un atributo de la persona humana.

Para algunos queda el recuerdo de quien murió, que se interpreta como una forma de la consciencia. En tercer lugar, con respecto a la identidad de la persona, todo depende de la respuesta a la pregunta de ¿si soy el mismo que fui ayer?

Si respondo que no soy algo totalmente diferente, sino que hay rasgos de mi ser que permanecen en el tiempo; soy un alguien, no un algo. Indefectiblemente, me suceden cambios corporales, intelectuales, emocionales en el tiempo, entonces soy diferente en algunos aspectos, pero no en todos, insisto. Sí, además, acepto que tengo tendencias que requieren autocontrol y logro este entonces derivo en ser una persona con un comportamiento previsible. Dicho comportamiento es el que me da identidad.

En el extremo donde soy producto del azar, si esa identidad se dio, en la muerte, dicha identidad solo permanecerá en el recuerdo. En el otro extremo, donde mi vida es un don, deberé averiguar su propósito, el que, junto a mi identidad dada por un comportamiento previsible, se hará plena en la “otra vida”. Sí, porque vida como don no termina con la muerte. Si terminara, sería una contradicción total con lo que un don significa.

Si respondo que no soy el mismo hoy del que fui ayer, soy un algo cambiante, un algo sin identidad. Una idea compatible con el primer extremo.

Harris ahonda en la idea o intuición, como la llama él, de eternidad, que considera sin sentido. Ofrece como razón para ello que esa idea le roba a la vida su sentido de propósito. Sí, argumenta, porque si el amor, el conocimiento y la belleza, por mencionar algunos, no se alcanzan plenamente en esta vida, sino solo en la “otra”, entonces nadie hará esfuerzo alguno para alcanzar esas tres aspiraciones en esta vida.

Esta cosmovisión exige, como todas las relacionadas con el origen de la vida, un acto de fe, es decir, el depositar nuestra creencia en autoridades, documentos, pruebas a los que les damos credibilidad. La ciencia experimental aporta algunas pruebas y buena parte de la academia e intelectuales se adhieren a dicha cosmovisión.

Para dicha cosmovisión, la muerte es la terminación de una materialidad consciente. Y las preguntas del comienzo parecieran tener respuestas obvias. No debería preocuparnos la muerte, solo el procurar vivir la vida plenamente; principalmente sus placeres corporales, evitando el dolor y el sufrimiento a toda costa. Enterrar a los muertos con alguna dignidad, talvez, aunque según se creme o no, se les considera como cenizas rápidas o lentas.

No sé si en la pregunta sobre ¿por qué hay tanto misticismo sobre la muerte, si para con el resto de los seres vivos no se tiene?  Si el término que se pretendía era “misterio” (ya que “misticismo” no pareciera el término aplicable a ese contexto) entonces quien haya estado frente a un moribundo, y en particular un ser querido, habrá experimentado toda suerte de emociones, sentimientos y pensamiento que raya en el misterio. Porque nosotros seres humanos somos tan complejos, así creamos que solo somos una materialidad consciente, que rayamos insisto, en el misterio.

Con respecto a los demás seres vivos, no siempre somos indiferentes. Tómese nota de la pena que sufre quien pierde su mascota, o del finquero que pierde su mejor vaca, etc. Además, he observado entre dos perros hermanos, tristeza por varias semanas del sobreviviente ante la muerte del hermano. Luego no son indiferentes entre ellos.

Claro que estamos apegados a la vida. El Budismo tiene razón. De ahí que sintamos dolor, desconcierto, perplejidad ante la muerte. Especialmente si es el fin total de nuestra vida. Sí, para el común de las personas, especialmente tratándose de un ser querido, despedirnos es un dolor y sufrimientos que es inevitable. Y más cuando no sigue el orden natural. Basta observar el dolor de una madre o un padre ante la muerte de un hijo o una hija.

Fr.Maximilian_Kolbe

Tomada de: Commons Wikimedia

Creo que el miedo ante la muerte es tan racional como biológico, si por biológico nos referimos a emociones, sensaciones y sentimientos. Sin embargo, observo que las personas que se suscriben al otro polo sobre el origen de la vida, aquella cosmovisión para quienes la vida es un don, es común que no demuestren miedo ante la muerte.

Un caso extremo es el de San Maximiliano Kolbe, prisionero en un campo de concentración Nazi. Las raciones eran escasas y no alcanzaban para todos los prisioneros en Auschwiz.  San Maximiliano se ofreció de voluntario para morir de hambre en lugar de su compañero. Este era padre de familia, con esposa e hijos. En cambio, Kolbe era sacerdote célibe. 

Finalmente, la muerte no es un tabú para todas las personas. Insisto que para el 80% de creyentes lo más probable es que sus creencias los consuelen y los preparen para afrontar la muerte de seres queridos y su propia muerte. Ahora bien, para quienes consideran que esta cosmovisión es absurda por religiosa, se me viene a la mente una anécdota del Padre hoy San Pío de Pietrelcina. Él tenía muchos amigos, incluyendo ateos. No recuerdo el nombre de uno de ellos, digamos que Jacinto, pero sí el siguiente diálogo.

 –Padre Pío, ¿Ud. cree cuando muera que hay otra vida y que San Pedro lo está esperando? –lo increpó Jacinto, añadiendo– ¿no cree que eso es ser un idiota? —

 –Tienes razón, Jacinto—le respondió el Padre Pío—Si cuando me muera se acabó todo, soy un idiota en creer en esas cosas. ¡Pero si cuando tú te mueras, eso de la otra vida es cierto, y posiblemente San Pedro no te deje entrar al Cielo, pues el idiota eres tú!

Padre_Pio