¿Y qué de la Inteligencia Artificial?

Definir qué sea lo artificial de la “inteligencia artificial” no tiene misterio: una capacidad computacional prácticamente sin límite fundamentada en algoritmos. “Inteligencia”, en cambio, se presta a toda suerte de definiciones que no vamos a considerar en este corto escrito. Como van las cosas, podemos decir que inteligencia es toda la capacidad pensante de la persona que no es abarcable por las operaciones computacionales “artificiales.”

El prodigio arquitectónico de las culturas mesoamericanas precolombinas.

Los estudiantes de nuestra Opción en Ética propusieron para la consideración de los participantes a la sesión estudiar el tema de la inteligencia artificial. La semana de su propuesta coincidió con mi estancia en Ciudad de México. De ahí la razón del extraño punto de partida para mi reflexión sobre la propuesta de los estudiantes.

En mi caso, era la segunda ocasión que visitamos el Museo de Antropología. En esta ocasión quedé aún más sorprendido, ya que observé avances significativos tanto de las piezas exhibidas como de las investigaciones antropológicas y arqueológicas que las acompañan. Las culturas mesoamericanas lograron prodigios arquitectónicos que aún hoy desafían interpretaciones de cómo las lograron.

Durante varios años dictamos el curso de Introducción a la Ingeniería Industrial. Uno de los textos que empleamos se refería a los albores de la ciencia en Occidente. El aporte de las órdenes monacales desde el primer milenio. Luego, el aporte de las universidades en los primeros siglos del segundo milenio, fueron factores determinantes en la gestación del método experimental que fundamenta la ciencia en Occidente. De una parte, las órdenes monásticas, lo fueron para la armonía del trabajo manual con el intelectual fundamento de la creación técnica. De otra, las universidades para la inteligencia de la naturaleza como dotada de leyes cognoscibles por la mente humana.  

Relato esto porque sin abandonar ese camino, también ofrecería hoy datos sobre lo que se especula llevó al esplendor de esas poblaciones. Incluso persuadiría a los estudiantes que conocieran, primero, países de la región iberoamericana antes que todos los países del Norte o Asia, pues es en aquellos donde se hallan no solo las claves de nuestros orígenes y por cierto de nuestra idiosincrasia, sino las posibilidades inexploradas de nuestro desarrollo. Insistiría que la imitación de todo lo relacionado con los países del Norte, supuestamente “desarrollados” [1], y que se nos ha impuesto y lo hemos aceptado hace ya más de medio siglo, nos impide conocernos y desarrollar nuestro potencial.

Volviendo a lo aprendido no solo del Museo, sino de mi estancia en general, diría que esta vez me quedó claro, de una parte, que, sin negar la violencia y crueldad de muchos conquistadores, a buen número de ellos los misioneros lograron atemperar su arrojo y ambición. De otra, que no fue esa violencia y crueldad el único factor que logró diezmar el Imperio Azteca. Este regía, incluso con mayor violencia y vejación a la de los conquistadores, los destinos de los pueblos circunvecinos, quienes se aliaron con estos para derrocar el Imperio dicho. Esto explica que un puñado de españoles cuya proporción no era mayor de dos a cien vencieran a los aztecas.

El prodigio del mestizaje

Por sobre la crueldad del conquistador se ceñía la intención protectora de la Corona, las Leyes de Indias. Por estas los indígenas fueron considerados súbditos de la corona, al igual que lo era todo español. Se reguló las horas de su trabajo y se prohibió el trabajo de niños. Se aceptó el matrimonio entre españoles e indígenas. Y la evangelización debía hacerse en los dialectos de los indígenas. Por eso existe un diccionario Muisca-Castellano.

Y ahora al presente. No conozco los datos demográficos. Creo que la mayor población, los dialectos indígenas de la región iberoamericana, es la boliviana y de ahí su contraste con el resto de la población en ese país. En cambio, el mestizaje pronunciado en México mitiga el contraste con el resto de la población. Con ello reafirmo mi hipótesis de que ello constituye una realidad y un valor inexistente en los demás continentes. Llevamos cuatro siglos de ventaja, por ejemplo, a los países del Norte cuyas poblaciones no se reemplazan y que aceptan la migración de poblaciones, algunas de las cuales pertenecen a otras etnias. Etnias que encuentran dificultad para integrarse con la población anfitriona y terminan conformando guetos.[2]

 

La creación artística: terreno vedado a la inteligencia artificial

También en esta ocasión pude detenerme con mayor tiempo en los murales de Rivera, Orozco, Siqueiros. Observé cómo Rivera deifica al obrero, engrandece los oficios manuales, a las profesiones, a la ciencia y a la tecnología. La aspiración por una sociedad equitativa, una democracia efectiva y una justicia social generalizada alienta a dichos muralistas. Estos ideales quedan magníficamente plasmados en sus obras. Lo difícil es que los líderes políticos que verbalizan esas aspiraciones en verdad logren avances significativos. Estos suelen pasar rápidamente al olvido, excepción hecha de los más coherentes y heroicos. En cambio, las obras de los muralistas vencen el tiempo y expresan de modo esperanzado ideales que siguen hoy alentando el quehacer de la gente del común.

Y conocí por primera vez un mural de Rafael Cauduro, en el edificio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. En dicho mural no sólo hallé la respuesta a mi inquietud vivida de hace años sobre el valor y función del arte moderno, sino mi respuesta a las limitaciones de la inteligencia artificial.

Sí, porque la obra de Cauduro “Los pecados capitales de la justicia”, elaborada sobre las paredes que circulan las escalinatas de los tres pisos de una esquina del Edificio, ofrecen un realismo insólito. Pueden contemplarse desde cualquier ángulo que permitan las escalinatas; su manejo de los materiales tiene un efecto de tres dimensiones. Me refiero a ello como la función de denuncia del arte moderno cuando el artista emplea los materiales a su alcance y lleva un mensaje de esperanza en la justicia y entendible para el común de las personas.

Arte y símbolo

Si el arte es la “objetivación de un patrón de experiencia” [3]en palabras de B. J. Lonergan. Es decir, parte de la experiencia del artista y del observador. Experiencias que son únicas, pero que ofrecen una pauta, un modelo, una norma, tanto para el que la crea como para el observador. Entonces los algoritmos que son el fundamento de la inteligencia artificial difícilmente pueden imitar esas “experiencias”. Aunque puedan operacional izar la pauta, el modelo, la norma y seguramente llevar a cabo una copia, no veo cómo crean el original.

Además, la obra de Cauduro a la que hago referencia, configura símbolos que, también en palabras de Lonergan –“objetos reales o imaginados que evocan un sentimiento o son evocados por un sentimiento”—hacen referencia a elementos de injusticias. Las denomina “los pecados capitales de la justicia”: secuestro, tortura, violación, asesinato, represión, negligencia en los procesos. Le dedica un mural a cada uno. 

El observador que sube o baja con lentitud por esas escalinatas de la Suprema Corte no puede dejar de vivir un sentimiento de indignación ante objetos reales que simbolizan con realismo insólito esas acciones humanas.

Luego de vivir esa experiencia de un arte que denuncia y símbolos que ilustran esas injusticias, de tal modo que ninguna prosa escrita es capaz de describir como lo hacen aquellas imágenes, me quedó claro que la inteligencia humana supera la reducción artificial de ella.

[1] Lo sucedido durante el año 2020 con respecto a la Pandemia donde los sistemas de salud de todos los países colapsaron fue un buen ejemplo de la vulnerabilidad de ese “desarrollo”, de las “sociedades de ingresos altos”, según clasificación más reciente del Banco Mundial.

[2] La inequidad en Colombia se fundamenta principalmente en factores económicos y de ausencia de oportunidades, pero no por el color de la piel.

[3] Lonergan, Bernard B.J. Method in Theology. Toronto: University of Toronto Press. 1971, p.61