El Covid -19 detuvo la humanidad. Pareciera ahora despertarse de un sueño. Impaciente por volver a sus andanzas encuentra resistencia insalvable, la principal, la incertidumbre del futuro. Futuro que es una idea, solo será realidad cuando sea presente. Al igual que lo fue el pasado en su momento y que ya no es realidad.

¿El covid-19 colapsó un estilo de vida?

La Pandemia Covid 19 detuvo el mundo, pero en verdad un estilo de vida insostenible ¿colapsó? La cultura del ajetreo (hustle culture) aquella de hallarnos haciendo cosas, moviéndonos de aquí a allá, inquietos, desasosegados; con agendas repletas, sin minutos para detenernos a pensar ¿se fue para no regresar? El mundo de los ismos: activismos, resultadismos, ejecutivismos, decisionismos: todos estos parecen haber quedado en salmuera. Ese permanente obrar con miras sólo al futuro, en mirada tan intensa que olvida el presente, el aquí y el ahora, única realidad verdadera. Irritados cuando cualquier evento o incidente se cruzaba en nuestro camino y nos impedía cumplir a cabalidad la tarea programada. Todo esto parece haberse ido al traste al menos en buena parte del 2020.

covid19 colapso un estilo de vida

Claro hay quienes lo añoran e impacientes preguntan “¿cuándo volveremos a la normalidad?” y al otro extremo nos hallamos quienes afirmamos que no volveremos pues los cambios suscitados han sido de tal intensidad y extensión que algo diferente se está dando en todos los ámbitos de la vida humana y no-humana.

Atraídos por el consumo de artefactos cada vez más innovadores, que demandan ingresos crecientes, cuando no por la carrera ascendente ya fuera en el mundo corporativo, académico o político requerían todas las energías intelectuales, corporales y espirituales de quienes caímos en las redes de esa cultura. En pocas palabras, las tres p’s de la posesión, el poder y el prestigio agotaban nuestras ambiciones, deseos y quereres siempre dirigidos al mañana.

Entre los múltiples efectos de  la Pandemia, la incertidumbre es uno de los más destacados.

En un comienzo el solo hecho de infección con consecuencias letales era algo que desconcertó a todos. Los más afectados fueron los gobiernos y sistemas de salud que implantaron toda suerte de medidas por ensayo y error. Algo que varios meses después aún permanece. Y permanece porque los picos de infectados aún se dan, surgen nuevas cepas del virus, y la controversia sobre la efectividad de las vacunas no termina. Aquellos que consideraban que bastaba una sola dosis de la vacuna buscan ahora la segunda cuando no la tercera.

Continúa también la controversia, en algunos países, sobre la conveniencia de vacunar o no a adolescentes y niños, y emplear tapabocas o no ¿Señala esto que esta situación está aquí para quedarse por un tiempo no previsto?

Sin tomar partido en la conveniencia o no de vacunarse, no podemos negar que sí existe un estado de zozobra inexistente en el pasado y que con todo nuestro esfuerzo por soslayarlo es una realidad la existencia de virus letales, cepas mutantes o no, y que la teoría sobre el efecto “manada” nunca lograremos probarla o refutarla. Hubiéramos requerido vacunar a los siete mil millones de seres humanos en el curso de un par de meses, lo que es una total imposibilidad.

El menguado prestigio del presente

Pero ¿por qué tenemos que hacer un esfuerzo para soslayar el presente? Por la sencilla razón de no poder vivirlo en medio de la incertidumbre sobre el futuro. Sin embargo, no es exagerado afirmar que buena parte de la población mundial vive “al día”, o mejor “el día”. Queriendo con ello decir que deben trabajar ese día para conseguir la provisión propia y de su familia si no de ese día al menos del día siguiente. Los vendedores ambulantes de nuestras ciudades y ahora de todas las ciudades del mundo integran esa población. Al igual que la creciente población también en el mundo entero de habitantes de la calle.

Habrá quienes argüirán que precisamente esas personas  se hallan en esa situación por no hacer previsiones para el futuro. El tema es bastante más complejo, cientos de miles de investigadores y académicos se devanan los sesos procurando entender la creciente pobreza en el mundo en medio de la riqueza desbordante de un puñado de empresarios, directivos e inversionistas.

incertidumbre por el futuro

¿Cómo llegamos a esa cultura del ajetreo?

Entre sus causas: una ausencia de pensamiento crítico, primero, sobre nosotros mismos y, segundo, sobre los valores o antivalores que nos rodean. El pensamiento crítico se manifiesta al hacerse las preguntas debidas en el momento oportuno.  Asumir y vivir un valor requiere haber dado respuestas a dichas preguntas sobre la realidad sea esta sobre las cosas o sobre las personas y sus relaciones.

Las preguntas cuyas respuestas llevan al pensamiento crítico

¿Cuáles son esas preguntas? En primer lugar, el qué, el cómo, el cuándo son las preguntas que toda razón recta  inquiere sobre la realidad. Es parte de nuestra dotación humana. Me refiero a razón recta porque no siempre acertamos a entender la realidad que pretendemos entender. Nuestros sesgos nos obnubilan. Los prejuicios hacia los demás, el preferir los conocidos, creer que trabajamos más que los demás: son unos de tantos sesgos que nos impiden ver la realidad tal cual es.

En segundo lugar, ante la realidad descrita avanzamos en nuestro inquirir a la pregunta: ¿es esto así? Es la etapa de discernir y juzgar. Es la pregunta que nos lanza a las ciencias. Aquí el sesgo individual, aquel que solo busca su propio interés distorsiona el juicio al igual que lo hace el sesgo de grupo que quiere asegurar sus privilegios. Sesgos que son fuente de los egoísmos de individuos y de grupos. Muy manifiestos durante estos meses de la Pandemia.

Aunque hubo expresiones solidarias al interior de sociedades, no fue así entre países. Presenciamos sociedades con 10 vacunas sobrantes por habitante ya vacunado sin disposición a compartirlas con poblaciones necesitadas. Y al mismo tiempo la comunidad internacional vociferaba las metas de sostenibilidad global eliminando la pobreza en el 2030 ¡Cuánta hipocresía!

 En tercer lugar, la pregunta que le sigue ¿si vale la pena? La pregunta del valor que se personifica. La respuesta del egoísta es obvia pues “no, si no me trae beneficio alguno”. En cambio, la respuesta de aquel para quien el otro sí importa es la de acoger el valor y personificarlo. Es quien se halla en el camino de la solidaridad, de la empatía, del encuentro con el otro.

Es la gran posibilidad que la Pandemia nos abrió: detenernos para comprender nuestra precariedad y la de los otros, y la necesidad de obrar mancomunadamente por una sociedad equitativa donde las personas puedan ejercer a plenitud sus talentos.