Día de los inocentes
La Iglesia conmemora en el «día de los inocentes» la muerte de los niños menores de tres años que habitaban Belén en tiempos del nacimiento de Jesús. Fue perpetrada por el Rey Herodes al caer en cuenta que los reyes magos de regreso no pasaron por su palacio para indicarle el lugar donde se hallaba el Niño Jesús. Pero José, con María y el Niño se hallaban ya en camino gracias al anuncio del Ángel que en sueños advirtió a José del peligro.
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El día de los inocentes: diciembre 28
Un afamado escritor portugués alardeaba de su ateísmo[i]. Escribió libros atacando los Evangelios, a la Iglesia, a la religión en general, pero a la religión católica con mayor saña. Recuerdo de uno de sus escritos su acusación a Dios por no haber detenido la orden de Herodes. “¿Cómo puede haber un Dios tan cruel que por el nacimiento de su Hijo en el mundo murieran aquellos inocentes niños? ¿No era dicho nacimiento acaso motivo de celebración?” Esta era su idea condenatoria de Dios.
El nacimiento de Jesús claro que fue motivo de celebración para José y María, para el ejército celestial de ángeles, para los pastores y para los reyes magos. Aún más, fue motivo de un gozo inefable. Contemplar al autor del Universo recostado en un pesebre, vulnerable al frío, pero arropado por el calor de los animales, acogido por el amor de sus padres terrenales, de sus amigos pastores y reyes extranjeros; fue un espectáculo jamás antes visto.
Por eso procuramos recrear ese momento todos los años. Hacer composición de lugar para adorarlo, alabarlo, bendecirlo y glorificarlo. Pero una cosa fue ese momento insólito y otro nuestra frecuente imitación de dicho momento. La sorpresa y lo insólito del evento, con todo y que al pueblo judío se le había anunciado a lo largo de veinte siglos también lo tomó de sorpresa. Y en particular a Herodes que temía por su reinado si nacía el anunciado y esperado rey de los judíos.
Nosotros, que nos hallamos a 21 siglos luego de ese nacimiento, contamos con las Sagradas Escrituras y los testimonios de vida de Jesús: su vida pública, su curar enfermos, su proclamación del Reino, su pasión, muerte y resurrección todo lo creemos porque lo hemos oído. Tenemos a nuestro haber el testimonio de mártires, de santos, de doctores de la Iglesia, en fin, de quienes elevados por ese Amor divino lo entregan todo por amor a sus hermanos, entregan hasta su vida.
A los niños inocentes muertos por Herodes se les considera los primeros mártires de la Iglesia. San Esteban es el primer mártir luego de la Resurrección de Cristo. El pintor Carracci capta bien ese momento. También allí se halla Pablo de Tarso perseguidor infatigable de cristianos. El mismo Pablo quien luego de su conversión llevó el Evangelio a los gentiles.
El mal existe en el mundo no por un Dios cruel
Esas vidas, comenzando por la de Jesús, proclaman el sufrimiento, el dolor, como camino válido de amor por Dios. No que haya que buscarlos –eso sería masoquismo–, pero sí acogerlos si son la voluntad divina.
El escritor mencionado al acusar a Dios de crueldad supone que el hombre no tiene libertad de acción, sino que sigue ciegamente los dictámenes de “ese Dios cruel”. Nada más lejos de la realidad que todos vivimos. Otra cosa es que nuestro proceder errado, nuestros vicios, ofensas causen daño. En todo este actuar hemos empleado nuestra libertad. En ocasiones condicionada por nuestro entorno; pero nunca determinada, pues dejaríamos de ser libres.
No. El mal existe en el mundo no por un Dios cruel, sino por una criatura que hace mal uso de la libertad con la que la dotó su Creador.
Qué bueno hubiera sido que dicho escritor, además del juicio severo a Dios, lo hubiera hecho a Herodes también y a los cientos de miles de los “Herodes” contemporáneos que llevan a cabo millones de abortos en el mundo entero.
¿O es que debemos culpar a Dios también de estos asesinatos?
La historia relatada por el Evangelio es dramática refiere, además, el dolor de las madres por la muerte de sus inocentes hijos. Esos niños tuvieron madres que lloraron su muerte. No así las mujeres que abortan hoy. Una explicación para ello es que estas ignoran que llevan un ser humano en su vientre. Parte de la estrategia abortista es ocultar esa verdad. Se refieren al embarazo no como a quien lleva un ser humano en su vientre, sino como a quien sufre de “un tumor” que afecta la vida de la mujer. Afecta su cuerpo, sobre el cual ella tiene total autoría y propiedad. Derecho que nadie debe entorpecer.
Es la cultura de la persona autorreferencial, para quien la vida humana es un evento del azar, para quien la verdad es “su verdad”, para quien su bienestar y felicidad se haya por encima de la de los otros, y para quien su prestigio, su posesión y su poder animan su proceder.
Antes de caer en las fauces de esa ideología vale la pena preguntarse si ¿En verdad somos los dueños absolutos de nuestros cuerpos y de nuestras vidas?
[1] José Saramago. 2013. El Evangelio según Jesucristo. Penguin Random House.