Conocimiento, creencias y posverdad – Parte 1

Aceptemos las definiciones que la RAE ofrece para estos términos, comenzando por la posverdad: “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales.”

Tres son las acepciones para creencia: “a. Firme asentimiento y conformidad con algo; b. Completo crédito que se presta a un hecho o noticia como seguros o ciertos; c. Religión, doctrina.”

Otras tantas para conocimiento que nos interesan: “a. acción y efecto de conocer; b. noción, saber o noticia elemental de algo; c. Entendimiento, inteligencia, razón natural.”

En esta primera entrega aclararé la diferencia entre estos términos y, más allá de lo establecido por la RAE, sus implicaciones en la cultura contemporánea.

Es lamentable contraponer la ciencia con las creencias, cuando aquella no es posible sin estas. Aún más igualar las creencias con la posverdad. En particular, cuando esta inspira algunas manifestaciones indebidas de las redes sociales.

Conocimiento y creencia ¿son diferentes? 

De nuevo me apoyo en el texto de Bernard Lonergan[1] que consulto para los temas tratados y que traduzco libremente (ver “La pregunta sobre Dios”  y “la Fe y otras formas de fe”).

El autor sostiene, con razón que, toda persona se apropia de sus tradiciones sociales, culturales y religiosas como creencias. Buena parte de lo que conocemos es producto de nuestras experiencias interiores y con el mundo que nos rodea, de nuestros insigths (intelecciones), juicios de hecho y juicios de valor. Pero tal conocimiento inmanente es tan solo una fracción de lo que cualquier ser civilizado conoce. Sus experiencias se complementan con el amplio contexto de lo reportado sobre las prácticas en otros lugares y momentos diferentes y que la persona acoge y le da crédito, como parte de su conocimiento.

Las personas entienden producto de su deseo de conocer no solo debido a sus propias experiencias sino a las de otras personas; su desarrollo no se debe tanto a su propia originalidad sino a repetir los actos de entender de otras personas y a los supuestos de los demás que la persona asume como ciertos también para sí misma, por no hallar el tiempo y el interés para corroborarlos. Finalmente, sus juicios de hecho y de valor a los que asiente, rara vez dependen de su propio conocimiento inmanente, porque este no existe aislado como en un compartimiento, sino entrelazado en un contexto amplio de creencias.

Suelen contraponerse las creencias con la ciencia. Es un contrasentido, ya que no es posible hacer ciencia sin creencias, como lo expondremos. Las contribuciones originales que hace una persona de ciencia son conocimiento. Cuando esta repite en experimentos las observaciones de otros, cuando desarrolla los teoremas que sustentan las hipótesis, formula los supuestos y sus implicaciones, cuando cae en cuenta de la evidencia necesaria que excluye posturas alternas, entonces no cree si no conoce.

Sin embargo, es un error creer que el científico se pasa la vida replicando el trabajo de otras personas de ciencia. Al contrario, el fin del investigador es el de avanzar en la ciencia y para ello, recurre a la división del trabajo. Los resultados nuevos que no se han disputado son el insumo para futuras investigaciones. Si estas prosperan, se les acepta con confianza, pero, si las investigaciones posteriores encuentran obstáculos, entonces, se sospecha de los resultados, se someten a escrutinios avanzados hasta verificarlos o falsearlos.

Este proceso es continuo y cumulativo. Considera las hipótesis con todos sus supuestos y consecuencias. Se reitera hasta lograr las evidencias necesarias para considerar las hipótesis satisfactorias. Pero un solo investigador, al no replicar todo el proceso, sino participar en algún eslabón de este, trata no de su propio conocimiento inmanente, sino en la confianza de lo realizado por otros, es decir, cree en ello.

Esta índole social del conocimiento humano debe complementarse con su índole histórica. La división del trabajo no solo se da hoy, sino que ha sido característica de lo humano desde tiempos remotos. Existe un avance en el conocimiento humano desde los hombres primitivos hasta nuestros días, porque las generaciones sucesivas parten de donde quedaron quienes los precedieron. Y esto fue posible porque las generaciones sucesivas creyeron en los logros de las anteriores. Sin creer en ello, solo confiando en sus experiencias individuales, sus intuiciones y sus juicios, comenzarían siempre de nuevo. De ser así, sus logros no hubieran sido superados ni sus beneficios transmitidos.

De ahí que el conocimiento humano no sea algo que posee el individuo, al contrario, es una especie de fondo común del que cada uno debita porque cree y consigna si ejerció sus operaciones cognitivas y reporta sus resultados de forma veraz.

La persona no aprende sin el empleo de sus sentidos, su mente y su corazón, pero no solo por estos. Aprende de los demás, no tanto por repetir las operaciones de conocimiento que ejerce, sino por creer en sus resultados y comunicar los suyos, ello genera un significado común, un conocimiento común, una ciencia común, unos valores compartidos y un clima común de opinión.

Como todo lo humano, ese fondo común es posible, así en ocasiones adolezca de puntos ciegos, omisiones, errores y sesgos. Sin embargo, es con lo que se cuenta. Tampoco se piense que el remedio para estos obstáculos es rechazar las creencias y retornar al estado primitivo. No, la solución es una postura crítica y abnegada que, en estos como en otros asuntos, promueve el progreso e impide la decadencia.

primitivos

Foto de Bob Brewer en Unsplash

Uno promueve el progreso al prestar atención, ser inteligente y razonable, ser responsable en todas sus operaciones cognitivas, en su discurso y en lo que comunica. Uno impide la decadencia si le da continuidad a sus hallazgos, cuando conoce lo que antes no conocía. Casi siempre no se avanza tanto de la ignorancia a la verdad, cuanto del error a la verdad. Darle continuidad a los hallazgos implica escrudiñar el error y develar otras visiones que se hallaban relacionadas con él y que, en alguna medida, lo respaldaban y confirmaban. Dichas relaciones con el error constituyen errores también. Requieren de un examen detenido. Si se sospecha y se prueba el error, se prosigue a cuestionar todo lo relacionado con este. De tal manera que el descubrir un error permite purgar otros.

educación

Foto de Bob Brewer en Unsplash 

No se piense que basta con descubrir y rechazar errores porque ante las creencias falsas se encuentra quien las cree. Debe, entonces, cuestionarse el modo en que llegó a aceptar las creencias falsas. Con ello corregirá el descuido e ingenuidad junto con los sesgos que lo indujeron a tomar por verdadero lo falso. Por lo anterior, no basta con remover las creencias erradas ni al creyente equivocado, debe reemplazar al igual que remover, construir al igual que demoler. El andar a la caza de errores es posible que lo lleve a la desolación sin esperanzas ni convicciones. Lo mejor es lo positivo y constructivo de tal modo que, lo verdadero sea lo que llene nuestra mente y lo falso se elimine sin dejar heridas.

Romanos de la decadencia

[Ahora bien, [2] no se crea que esta descripción general sobre el creer y las creencias es algo solo referido a los científicos. Es algo aplicable a todas las actividades donde el conocimiento, su creación y comunicación se halle en juego.

El maestro de una obra de construcción, el mecánico automotriz en su taller, o el escultor que enseña aprendices: cada uno y todos emplean sus manos y mente para transformar la materia. Desarrollan sus habilidades por ensayo y error.  Cada uno contó con alguien que lo enseñara o al menos a quien imitar. Alguien que compartió su conocimiento y en el que el aprendiz confió y le creyó.

Esto mismo es válido para cualquier profesional. En primer lugar, en sus estudios profesionales creyó en sus profesores, en los textos que este le ofreció. Luego, en su ejercicio profesional, también por ensayo y error, cree en sus jefes y colegas.

Lentamente, va adquiriendo confianza en sí mismo al punto de independizarse de aquellos, claro que no del todo, ya que siempre encontrará -si se lo propone- personas de autoridad de quienes aprender para mejorar su ejercicio profesional. ¿A quiénes nos referimos por personas de autoridad?

Incluso una distinción entre los términos potestad y autoridad señalan distintos modos de aceptación del conocimiento de otros. Digamos que el primero es el poder socialmente reconocido y el segundo, el conocimiento socialmente reconocido.[3] Un jefe que lo es por potestad no siempre logra que sus colaboradores obren creyendo en su conocimiento, lo harán por otras razones, como el temor, el riesgo a perder su empleo, etc. Para ejercer autoridad no es necesario ser jefe; la ejerce quien tiene conocimiento y genera confianza en los demás. Gracias a ello los demás le creen.]

En esta primera entrega hemos descrito lo que es creer en términos generales, ahora describiremos el proceso que llevamos a cabo para creer. Lo haremos en una segunda entrega.

[1] La sección 5 Beliefs del capitulo 2 The Human Good en Methods in Theology. 1979 Toronto: University of Toronto Press

[2] En corchetes coloco glosas que hago a los textos traducidos.

[3] Esta distinción la debo a Alvaro d’Ors en conferencia dictada en la Universidad de Navarra Junio 1999.

Ver Conocimientos, creencias y posverdad Parte 2

Ver Conocimientos, creencias y posverdad Parte 3