La sequía y el invierno
En la entrega pasada hicimos un breve ensayo sobre uno de los problemas contemporáneos más graves “la revolución sexual” [i] que, argumenté en verdad, es una “involución”.
En los países donde las poblaciones no se reemplazan se habla de un “invierno demográfico”. Sí, porque poblaciones esterilizadas son poblaciones apocadas y debilitadas, como bien lo atestiguan las diversas acepciones de la RAE. Susceptibles a la demagogia de quienes las seducen con proyectos irrealizables. Esto en algo explica, con algunas escasas excepciones, la mediocridad tanto de gobernantes elegidos democráticamente, como lo de esperar: los impuestos dictatorialmente.
Dicha involución va aparejada con un combate frontal contra la familia, la procreación, la identidad e integridad humana, y más recientemente contra la libertad de creencias religiosas. Todo ello aflora no solo en las reformas constitucionales y legislación de los países, sino en prácticas sociales.
Olvidamos que la unidad social bíblica es la familia y no el individuo –esto último fue invento de la Ilustración–. Hasta hace poco se consideraba a la familia natural, de hombre con mujer e hijos, como la célula básica de la sociedad. A esta práctica milenaria hay quienes la consideran hoy obsoleta. Dicho valor y práctica se combate con toda suerte de arreglos sexuales entre parejas, donde su realidad corporal biológica poco a nada tiene que ver con su identidad psicológica. Se adecuan las normas y leyes para acoger estos nuevos arreglos.
De estas parejas hay las que adoptan niños, o los tienen por vientres gestantes, voluntarios o de alquiler. Cuáles sean las consecuencias sobre el desarrollo corporal, psicosocial, intelectual y moral de esos niños, lo sabremos cuando se hallen adultos.
Con estas anotaciones como trasfondo queremos analizar las actitudes, aparentemente sin relación alguna con lo dicho hasta ahora, encontradas entre dos poblaciones con respecto al reciente fenómeno de sequía en el país. Creemos que ese contraste es símbolo para otras actitudes y valores relacionados con la familia; los comento.
Existe una gran diferencia entre la sequía vivida por el campesino, finquero o hacendado y la vivida por el urbanita. Este último sufre los racionamientos de agua y los mitiga almacenándola. En cambio, para aquellos es asunto de supervivencia. Del mismo modo, el invierno para el urbanita es el de las calles inundadas y el empaparse o no, según lleve consigo o no, un impermeable.
En cambio, para el habitante del campo, si el invierno es moderado, es la redención para sus cultivos y sus potreros. Y si es un invierno fuerte y prolongado puede ser tan dañino como su contrario, el verano fuerte y prolongado. Sea lo que fuere la actitud de los unos y los otros ante el clima y sus inclemencias es de los temas que separan los unos de los otros. Para los urbanitas la lluvia es un problema, para la gente del campo es una bendición.
Tomado de: canva.com
¿La familia natural prevalece en el campo?
Hay otra realidad que separa ambas poblaciones. En el campo no se puede vivir solo. Las largas y extenuantes jornadas que exige el trabajo allí dificultan sobremanera el que el trabajador(a) además prepare sus alimentos, lave su ropa, o atienda niños pequeños. Y en las circunstancias de inseguridad de nuestros campos, deje sola su vivienda y lleve sus productos a la venta.
De ahí que la pareja de familia natural prevalezca en el campo.
Las estadísticas sobre matrimonios y divorcios en el país no ayudan mucho para entender la realidad rural, ya que allí prevalecen las uniones de hecho. Las estadísticas que tal vez sí pueden generalizarse son las de la infidelidad. Encuestas regionales colocan al país entre los primeros puestos de los países que padecen una creciente infidelidad. Una de las razones para ello ya la discutimos en la publicación : «De camino al dominio de sí mismo«. Si por esta razón la unión se rompe, las partes deben hallar otro compañero(a) que permita la supervivencia en el campo por las razones mencionadas arriba.
¿Y qué tiene que ver todo esto con nuestro contraste inicial, aquel entre las poblaciones que viven en el campo y las urbanitas? Dijimos que si bien para las primeras las lluvias pueden ser una bendición, no así para los urbanitas. Dijimos también que existe más probabilidad de encontrar familias completas en el campo al ser requeridas por la índole de las labores de ese trabajo y la seguridad de los bienes de sus hogares.
Especulamos entonces que la visión bíblica de la familia es prevalente en el campo y los territorios que ocupan. Algo que lo corrobora es la acogida de dichas poblaciones a las diversas iglesias protestantes proclives a privilegiar las uniones de matrimonios naturales.
Ahora bien, no siendo esas las circunstancias exigentes para las familias de la ciudad, son de esperar que los vínculos allí sean endebles. Un tercio de los matrimonios civiles terminan en divorcio. Y seguramente algo semejante sucede con los matrimonios religiosos, que no pueden terminar en divorcio, pero sí en separaciones.
La involución sexual o mentalidad anticonceptiva termina erosionando la familia. En primer lugar, por trastocar el rol de la mujer a quien se le concibe más como objeto de satisfacción antes que como la protagonista en la transmisión de la vida humana; no solo en ello, sino en la formación de la persona humana desde su concepción. En segundo lugar, porque anula la función reproductiva de la unión sexual. En tercer lugar, por valorar los hijos como una mercancía, calculando su costo-beneficio presente y futuro. En cuarto lugar, porque sustituye el afecto y responsabilidad hacia un ser humano hijo(a) por el de una mascota. En quinto lugar, se pierden las oportunidades del ejercicio de virtudes tales como la fortaleza y la templanza, indispensables para conformación de personalidades con carácter, capaces de servicio mutuo y amor entre los esposos, a los hijos, parientes y hacia los demás.
La exigencia católica sobre la familia
La visión evangélica de la familia no solo concuerda con la ya mencionada bíblica, sino que es bastante más exigente a la anterior, porque Jesús, ante la pregunta de los fariseos si era posible divorciarse, responde tajantemente que lo unido por Dios no lo separe el hombre. Recordaba la enseñanza también bíblica de que el hombre dejaba padre y madre para unirse a su mujer y juntos formaban una sola carne. Y, aún más, con el solo mirar a una mujer deseándola, se comete adulterio.
Advertencias fuertes, no hay duda. ¿Exigencias alcanzables? Sí.
Pero requieren, en primer lugar, una aceptación de la existencia de lo sobrenatural.[ii] En segundo lugar, el reconocimiento que, si bien sabemos muchas cosas del ser humano, hoy en particular de su cerebro gracias a la neurociencia, lo desconocido es mucho más. Dicho con otras palabras, el hombre y la mujer siguen siendo un misterio, ya que la ciencia puede responder al que y al cómo de las funciones vitales, pero no al porqué de la misma existencia de los seres humanos. El azar no es una respuesta válida, mejor: no es respuesta.
En tercer lugar, esas advertencias, parten de la existencia de lo sobrenatural y de la creencia que nuestra muerte corporal es solo un paso hacia otra vida plena. Luego, nuestro comportamiento en esta vida arroja consecuencias para aquella.
En cuarto lugar, el hombre con solo pretenderlo y una voluntad férrea no da para cumplir aquellas exigencias. Nuestra vulnerabilidad moral que hace parte constitutiva de nuestro ser humanos nos lo impide. El término cristiano es el del “pecado original”; lenguaje inaceptable para ciertas corrientes psicológicas y para la cultura de civilización de la muerte en que nos hallamos.
Precisamente en eso consiste la Redención alcanzada por Jesucristo con su Pasión, muerte de cruz y Resurrección: en librarnos de esa vulnerabilidad. Claro que contando con la aquiescencia de la persona. Es decir, el “sí” que damos al amor que Dios nos ofrece y al cual llama a todo ser humano.
La importancia del matrimonio para la Iglesia
¿Por qué es tan importante el matrimonio natural para la Iglesia?
En primer lugar, ese vínculo, que es real, además simboliza la unión, también real, de Jesucristo con la Iglesia.
En segundo lugar, ocupa igual categoría al sacramento del orden que consagra sacerdotes.
En tercer lugar, es la primera Iglesia en donde se forman los hijos.
En cuarto lugar, es uno de los ámbitos para la santificación de sus integrantes.
En quinto lugar, es el ámbito más adecuado para la educación de los hijos.
En sexto lugar, es la célula básica de la sociedad. La prueba es que las civilizaciones que han colapsado es gracias a las familias sobrevivientes que se continúan preservando los hallazgos y valores de sus antecesores.
Por las palabras arriba mencionadas de Jesucristo es por lo que para el católico no existe el divorcio. Un vínculo sagrado es permanente.
Otra cosa es que exista legislación civil para divorciarse, pero ello no es señal que sea ética. La esclavitud no era ética, pero sí legal hasta hace siglo y medio. El aborto es legal, pero no por eso ético. [iii]
La Iglesia no solo promulga esa verdad sobre la unión entre hombre y mujer, sino que le confiere un valor sagrado. El matrimonio es un sacramento de la misma categoría al orden sacerdotal. Se trata, por lo tanto, de un asunto muy serio. El matrimonio es una promesa que los contrayentes hacen ante Dios y la comunidad y por ello deben poner todo lo que se halle a su alcance por perseverar en él.
Como todo vínculo en su dimensión humana, requiere acciones para no solo conservarlo, sino crecerlo. Al ser el amor su principal pegante, hay que cultivarlo [recordemos el amor entendido como un acto de la voluntad, no como una emoción o un sentimiento, únicamente. «De camino al dominio de sí mismo « Pero como además el matrimonio posee una dimensión espiritual sagrada –una promesa ante Dios—se le confiere lo que se conoce como “gracia de estado”, una asistencia especial de parte de Dios siempre y cuando los integrantes no lo hagan a un lado y en oración perseverante se hallen cerca de Él.
Algunos de los matrimonios católicos que fracasan casi siempre se debe, entre otras razones, a la ignorancia sobre la seriedad y gravedad del vínculo que llevan a cabo. Por ejemplo, el boato de la ceremonia los obnubila y no cultivan las virtudes de humildad, paciencia, prudencia, fortaleza y templanza, indispensables para su éxito y además insistimos en la oración necesaria para perseverar, avanzar y crecer.
Reflexión final
Las anotaciones hechas a lo largo de este escrito denuncian una brecha entre poblaciones urbanitas y las que viven en el campo. Entre aspectos aparentemente sin importancia como las actitudes ante sequías y periodos invernales, y otros de mayor trascendencia como las prácticas sociales respecto a las uniones de hecho, a los casados civilmente, o religiosamente. Y ya sin referencia a contrastes territoriales, las exigencias y visión de la Iglesia con respecto al matrimonio y la familia con el fin de entender las razones por las cuales la Iglesia sostiene una visión en contravía con la cultura de la civilización de la muerte hoy prevalente.
Sin embargo, sí existe hoy una brecha preocupante entre las poblaciones mencionadas al inicio de este escrito. Y no es la brecha digital que la Pandemia hizo aflorar y hoy ya disminuye. Es la brecha de total desconocimiento de parte de urbanitas de la procedencia de los alimentos y los requerimientos para producirlos.
Me explico. La migración rural urbana de mediados del siglo pasado aún permitía alguna cercanía entre quienes partieron de sus comarcas y conformaron las barriadas urbanas con los que quedaron en sus tierras y a quienes visitaban en las festividades o “los puentes”. Pero hoy ese vínculo se perdió, al menos con las generaciones recientes.
Basta observar excursionistas o bañistas urbanos y escuchar sus comentarios, unos admirando la naturaleza y otros protestando por lo exigente o agreste de los caminos. Conversan sobre el cambio climático de modo teórico, de la necesidad de conservar el ambiente, pero no tienen la más remota idea del trabajo realizado por cientos de personas para lograr, por ejemplo, colocar un vaso de leche en la mesa del comensal.
Tomado de: canva.com
Claro que esta ignorancia no es solo de urbanitas. También es de buen número de políticos y gobernantes que diseñan políticas públicas sin la más remota idea de la complejidad de la vida y producción de bienes en el campo colombiano. La demagogia es petulante, pues pretende que todo lo sabe.
[i] El término revolución sexual o liberación sexual hace referencia al profundo y generalizado cambio ocurrido durante la segunda mitad del siglo xx en numerosos países del mundo occidental desafiando los códigos tradicionales relacionados con la concepción de la moral sexual, el comportamiento sexual humano, y las relaciones sexuales. La liberación sexual tuvo su inicio en la década de 1960 y su máximo desarrollo entre 1970 y 1980, aunque sus consecuencias y extensión siguen vigentes y en pleno desarrollo.
[ii] No aceptar la existencia de lo sobrenatural, también es una creencia, como muchas de las creencias en que hombres y mujeres de ciencia creen. Quien considere que solo las religiones se basan en “creencias”, desconoce que la ciencia es imposible sin creencias. Ningún científico puede avanzar la ciencia sin creer en lo hallado por todos los investigadores antes que él. Si tuviera que replicar todos los hallazgos anteriores para finalmente llegar a probar su hipótesis, no le alcanzaría la vida. Luego, puede no creer en lo sobrenatural, pero sí tiene que creer en la veracidad de los hallazgos a partir de los cuales va a avanzar su disciplina.
[iii] Se evita la discusión ética afirmando que en la concepción no hay un ser humano–cuando está demostrado que el código genético del blastocito ya posee toda la información para su desarrollo. No existe un número de semanas tales que el embrión se convierta en persona, es ser humano desde el instante de su concepción. Otra cosa es que esta realidad se le oculte a la madre que aborta.