El cuerpo humano: ¿imagen de Dios?

Venimos de argüir que el morir no es un evento como cualquier otro. Es el evento que sucede sin falta a todo ser humano; es el evento definitivo. Es el evento que deberíamos tener presente todos los días de nuestra vida; viviríamos con mayor atención el momento y seguramente tomaríamos decisiones más sensatas.

También argüimos que si nos consideramos libres entonces nos labramos nuestro destino. Destino atado a la visión de la vida humana que tengamos. Nos referimos a dos polos que manifiestan dos visiones, la primera, en que somos producto del azar, la segunda, que la vida es un don.

El resto de las visiones se inscribe en el continuo que se halla entre los polos mencionados.

Por ser la primera la prevalente hoy debido a la popularidad de la teoría de la evolución que la asiste, no le dedicamos espacio. En cambio, la segunda pareciera cada vez más en el olvido.

El relato judío sobre la creación del mundo se refiere al hombre creado a semejanza e imagen de Dios. Dios habló con Moisés desde una zarza ardiente o desde la nube que se posaba sobre la tienda que alojaba el Arca de la Alianza en el tránsito del pueblo judío por el desierto. El pueblo notaba que a Moisés se le iluminaba el rostro en sus encuentros con Dios. Pero, cómo era Dios nadie lo sabía.

Durante los casi veinte siglos que corren desde su primera manifestación a Abraham hasta el nacimiento de Jesús, Dios habló sólo por medio de los profetas –Moisés siendo el más destacado–, efectuó prodigios como el paso del pueblo judío por el Mar Rojo huyendo de los egipcios.

Es solo hasta la venida de Jesús de Nazaret que Dios se manifiesta como persona humana. Aunque su concepción fue milagrosa todo su existir en la tierra fue la de un ser humano del común. Tan lo era que las autoridades judías, que esperaban un Mesías que los librara de la opresión romana, no creían que ese hijo de un carpintero y una mujer común tuviera rasgos divinos. Incluso llegaron a pensar que los prodigios que hacía eran obra del demonio.

La dignidad de las personas hasta la venida de Jesús de Nazaret provenía de su rango en la sociedad, rango determinado por tradiciones de prestigio, poder o posesión. Pero a partir de Jesús, considerado como verdadero Dios y hombre, la dignidad de la persona proviene del hecho de poseer un cuerpo como el que Dios posee en Jesús. Es una de las creencias fundamentales del cristiano para quien ese hecho constituye una fuerza civilizadora sin precedentes.

La Iglesia Católica que se considera depositaria de estos hechos, en sus veinte siglos de azarosa existencia, afirma que el cuerpo humano es sagrado porque Dios lo ha incorporado. Dios reveló así, dieciocho siglos después –tiempo transcurrido desde Abraham hasta Jesús de Nazaret– lo que es “ser creado a imagen y semejanza de Dios”.

Es por lo tanto, necesario recurrir a los Evangelios para conocer los rasgos que manifiesta Jesús como ser humano que también es. Rasgos de amor, humildad, bondad, misericordia, entre otros, pero también de fortaleza al enfrentar las autoridades judías, lo que finalmente le costó la vida.

Luego el cuerpo humano en su esplendor del vigor de un hombre o la belleza de una mujer, en su masculinidad y feminidad plenamente manifestada, es fácil asociarlo con lo divino.  De esta manera, el cuerpo destrozado de un torturado que muere desangrado como sucedió con Jesucristo, el Jesús de Nazaret crucificado.

El evento definitorio de la fe cristiana, la Resurrección de Jesucristo, se refiere al cuerpo humano, divinizado y glorificado. Lo que es una creencia, una teoría para muchos, es un hecho para el cristiano. Hecho que lleva a lo largo de veinte siglos a cientos de miles de creyentes incluso a dar su vida por su fe.

De ahí que para el creyente cristiano el cuerpo humano, que Dios ha honrado, tenga un carácter sagrado.

Los debates, controversias y polarizaciones que se suscitan en la cultura contemporánea alrededor de cualquier modalidad de manipulación genética con el cuerpo humano que afecte su identidad, encuentran en la Iglesia un rechazo rotundo que lleva a la pregunta de si la postura de la Iglesia ante estos temas ¿no señalan acaso a una institución retardataria que no se halla a la altura de los tiempos?

Sigue la parte 3 de esta publicación «La nostalgia del cuerpo que se deja parte 3«