La nostalgia de cuerpo que se deja
Lo que fueran grandes descubrimientos y técnicas de ingeniería genética para el mejoramiento de especies animales (bovinas, porcinas, avícola), se emplean hoy en seres humanos. Para las primeras significaron incrementos en productividad de sus productos cárnicos, lácteos, y proteínicos. Para los humanos el tratamiento de enfermedades. Pero también la manipulación de la concepción de seres humanos.
Manipulación que lleva a madres suplentes, hijos concebidos con el esperma de padres muertos años atrás, e hijos de parejas infértiles. La Iglesia Católica se opone a las manipulaciones genéticas que afecten la identidad de la persona humana ¿es por eso retardataria?
El cuerpo como nuestra casa
En estos días debimos vender la casa que fue nuestro hogar durante tres quinquenios. El segundo del primero que lo fue durante cuatro. En este se criaron nuestros hijos, en aquel lo disfrutaron nuestras nietas. Y aunque a lo largo de nuestra vida matrimonial de casi medio siglo por razón de nuestro oficio vivimos en once sitios diferentes, solo dos fueron de nuestra posesión.
Y al ser de nuestra propiedad se crean lazos diferentes a los de las viviendas que debimos arrendar. Se crea un sentimiento de seguridad, de una alta probabilidad de no ser desalojados. En las paredes se cuelgan cuadros que hablan de nuestros gustos. Los espacios comunes y sus paredes guardan recuerdos de conversaciones, de risas, disgustos, conciliaciones, dolores y llantos, pero también alegrías y cantos.
Y aunque no es fácil impedir que la nostalgia nos invada pensamos que si este es el sentimiento con una materialidad de ladrillos, madera y dry wall, cuánto no será con respecto a nuestro cuerpo con el cual hemos “convivido” toda nuestra vida. Sí. Lo será el día que pasemos a la otra Vida. Claro para los que creemos en ella, asunto que luego consideramos.
No será fácil desprendernos de este. Es posible que, en el caso de una enfermedad terminal de gran sufrimiento, queramos desprendernos de él, por ser insoportable el dolor. Pero en el común de los casos el desprendernos no será fácil tampoco.
¿Nos labramos nuestro destino?
Y no será fácil si hemos vivido creyendo que somos libres para decidir nuestro destino. En otras palabras, que la cultura, la sociedad y hasta nuestro código genético nos condicionen es posible, pero no nos determinan.
Ante las circunstancias que la vida nos depara tomamos decisiones; en unas acertamos y en otras erramos. ¿Acertamos en qué? En ser mejores personas y haber hecho el bien a otros. Erramos cuando hacemos lo contrario. Erramos y hacemos daño porque somos seres emocional, intelectual y moralmente vulnerables.
Cuando no tenemos un debido conocimiento de la realidad y nos equivocamos; cuando no distinguimos entre el bien y el mal, hacemos daño a otros y nos hacemos daño nosotros. Estas son instancias que manifiestan nuestra vulnerabilidad.
Cometemos errores por ignorancia, por negligencia, por pereza. Nuestras decisiones las más de las veces recaen sobre otros y una red complejísima de las decisiones de otros se entrelaza con las nuestras y lo inicialmente intencionado pues no siempre se da.
De ahí que no todo en la vida se halle bajo nuestro control. Comenzando por nuestra muerte. Esto nos lo ha enseñado el Covid. Este nos ha enseñado que el futuro es una entelequia que nos inventamos. Lo real es el presente, el pasado fue y aunque los recuerdos existen en nuestra mente y corazón, no tienen la realidad de cuándo y cómo sucedieron. Sí, podemos hacer todos los planes que queramos, pero son eso, ideas, buenas intenciones, deseos, pero no tienen realidad hasta que sucedan, si suceden.
El presente, el momento que escribo estas palabras, es lo real para mí y lo será cuando el lector las lea. Luego en lugar de hablar de futuro debemos hablar de nuestro devenir. Ese transcurrir permanente de nuestra vida: nuestra vida “deviene”. Claro que tiene un sentido, una direccionalidad que nosotros le proveemos: lo que hagamos hoy tiene consecuencias mañana, al igual que lo que dejemos de hacer y debíamos hacer, tiene consecuencias.
Luego nos labramos nuestro destino condicionado por nuestras circunstancias.
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¿Por qué esta larga introducción sobre dificultad ante la muerte y destino que nos labramos? Porque permiten manifestar dos posturas contrapuestas ante la vida
¿Producto del azar o hijo de Dios?
Dichas posturas pueden considerarse como dos polos de un continuo donde se alojan otras con matices de uno u otro polo.
Para quienes su vida es producto del azar, y para quienes es un don. Para los primeros, las fuerzas y tendencias de la naturaleza confluyen para darme la existencia. Para los segundos, por ejemplo, en la tradición judía y cristiana, existe un Dios Creador, autor de la vida, quien me hace criatura suya; y por la redención de Cristo, ya no sólo criatura a su imagen, sino hijo adoptado.
The Creation of Adam by Michelangelo
Alonso de Mendoza (Public Domain)
Para los primeros, siendo el cuerpo una materialidad orgánica de una complejidad insólita y admirable, que las ciencias cada día revelan, la muerte pareciera no causarles inquietud alguna. Hoy con la eutanasia legalizada, la muerte es un asunto de decisión personal para quien decide haber vivido suficiente.
Uno de los tantos matices que se hallan entre los dos polos es la postura de quien considera que reencarnará en un eterno retorno hasta llegar a la iluminación plena (el Nirvana): el Budismo.
Para los segundos, que consideran la existencia de una dimensión espiritual de su ser que dota de vida la materialidad del cuerpo, el alma, el asunto es bastante más complejo. Sí, porque si se me regala la vida ¿tiene ese regalo algún propósito?, ¿quién me la dio, por qué y para qué?
Nótese el “quién” de la pregunta. No es el “qué” del azar, de una probabilidad emergente, no. Involucra la mente y voluntad del amor conyugal de mi madre y padre que me dieron existencia. Vida existente en ellos que me transmiten.
Sigue la parte 2 «La nostalgia del cuerpo que se deja parte 2»