La Fe y otras formas de fe

Es común contraponer la Fe con la razón. Emplearé Fe con mayúscula para referirme a la Fe religiosa, porque hay otras formas de fe que ilustraré en este escrito. Durante la Ilustración, el desprecio por la teología y la filosofía de la Edad Media hace creer que la razón solo se vino a emplear a partir de Copérnico y Galileo y que ellos dieron origen a la ciencia en Occidente. Sin embargo, ambos eran hombres de Fe en Dios y fe en la ciencia experimental. Para ellos Fe y razón eran compatibles.

Una historiografía cada vez mejor documentada demuestra que, gracias a la especulación teológica y filosófica de esa Edad Media, que ya tiene visos de esplendorosa –sus catedrales son una de tantas pruebas–, se sentaron las bases para desarrollar el método experimental.

Iniciaremos nuestro escrito con la idea que San Juan de la Cruz expresó en los términos de la psicología clásica, la de facultades (hoy la psicología es experimental) que se originó en los clásicos griegos.

San Juan de la Cruz empleó la metáfora de la noche para referirse a cada una de las virtudes teologales –aquellas que son regalo de Dios–. Se refirió a la Fe como “noche del entendimiento”, a la esperanza como “noche de la memoria, y al amor como “noche de la voluntad”. Entendimiento, memoria y voluntad son las facultades que en la Edad Media explicaban la interioridad de la persona humana.

Hoy emplearemos esa metáfora para caer en cuenta que nosotros, ciudadanos del mundo tecnológico, también hacemos uso de la fe, ahora con minúscula. Sí, de una “noche del entendimiento” que vivimos en el empleo de la casi totalidad de los artefactos que empleamos.  Ejemplifico solo algunas de nuestras “noches del entendimiento”.

Exceptuando los especialistas en aeronáutica, nosotros, los ciudadanos comunes, supongámonos pasajeros en un vuelo, poco sabremos sobre toda la complejidad tecnológica que le permite a esa máquina desplazarse por el aire. Es posible que conozcamos la importancia de la velocidad y el diseño de las alas para que el avión se eleve, se sostenga y desplace en el aire. Y si hemos visto todos los instrumentos que se encuentran en la cabina, crecerá nuestra admiración.

Sin embargo, nuestra imaginación y entendimiento se detienen pensando qué pasaría si cualquiera de los cientos de miles de componentes falla. Los callamos y hacemos un acto de fe, una “noche del entendimiento”, de que el piloto conoce su tarea, que el avión pasó todas las pruebas de mantenimiento y que todos los componentes de la nave se hallan en su mejor estado. Entramos a la aeronave, nos sentamos, apuntamos el cinturón de seguridad y pensamos en lo que haremos tan pronto lleguemos a nuestro destino. Eso es todo. Ni se nos ocurre pensar en alguna falla. Nuestra “fe” en la tecnología y la experticia humana es total.

Tecnologia-y-fe

fe en la experticia de los especialistas

Y esa fe no religiosa la vivimos de manera permanente. Con el cirujano y sus técnicas, en el banco que en medio de todos los riesgos protege nuestro dinero, en el acueducto que nos envía agua tratada, etc. En síntesis, vivimos en una noche del entendimiento, si por ella nos referimos a conocer las entrañas de todas las actividades e instrumentos empleados para que cualquier artefacto opere, el experto ejerza su experticia, y los materiales empleados se comporten como se espera; como no lo conocemos depositamos en su obrar toda nuestra “fe”.

Con ello demuestro cómo no puede descartarse el pensamiento que por no describirse en un comienzo de forma razonable se le tilda despectivamente de “Fe” y como algo contrapuesto a la razón.

El piloto, el cirujano, el banquero y el operador de turno en el acueducto emplean su razón y experticia para obrar de manera adecuada, los artefactos que ayudan a su labor. Ahora bien, el que yo no explique las entrañas de esos artefactos ni describa los procedimientos que los expertos siguen y coloque mi fe en ellos, no opone mi fe a la razón. Lo razonable queda en la experticia de los responsables, la calidad de los materiales, y mi confianza en ellos luego de comprobar por medios también razonables (reputación y certificaciones) que alientan mi certeza.

Fe en los especialistas

 Photo by Olga Guryanova on Unsplash

Pasemos ahora a considerar la Fe religiosa.

Nuevamente empleo el tratado sobre Methods in Theology del jesuita Bernard J. Lonergan contribuyendo con una traducción libre.

Va la traducción.

La Fe es el conocimiento que nace del amor religioso

Primero hay un conocimiento que nace del amor. Pascal habló de él cuando se refirió a que el corazón tiene razones que la razón desconoce. Aquí entiendo por ‘razón’ el compendio de actividades de los primeros tres niveles de actividad cognitiva: sentir, entender y juzgar. Por ‘razones del corazón’ entendería los sentimientos que son respuestas intencionales a valores. Y aquí recuento dos aspectos de dichas respuestas.

De una parte, el aspecto absoluto que reconoce el valor; de otra, el aspecto relativo que es la preferencia de un valor sobre otro. Finalmente, por el ‘corazón’ entiendo el hallarse en el cuarto estado de conciencia intencional[i] y, además, estar enamorado. Entonces, el significado de la afirmación de Pascal es que además del conocimiento sobre hechos, del sentir, entender y verificar, existe otro tipo de conocimiento al que se llega discerniendo el valor y los juicios de valor de parte de una persona que está enamorada.

Romanos de la decadencia

Tomado de: https://commons.wikimedia.org/wiki/Blaise_Pascal?uselang=es

La Fe, entonces, es ese conocimiento adicional cuando el amor es el amor de Dios que inunda nuestro corazón. A nuestra comprensión de valores vitales, sociales, culturales y personales se suma la comprensión de valores transcendentes. Dicha comprensión consiste en la consumación sentida de nuestro irrestricto impulso al auto transcender, es decir, al ir a más, en nuestra orientación hecha realidad al misterio del amor y del asombro.

Ese impulso es el de la inteligencia hacia lo inteligible, de lo razonable hacia la verdad y lo real, de la libertad y la responsabilidad a lo verdaderamente bueno. Entonces, la experiencia consumada de dicho impulso irrestricto se volvería objeto de nuestro conocimiento como una revelación, aunque nublada, de inteligencia e inteligibilidad, de verdad y realidad, y de bondad y santidad, todas estas absolutas.

Nuestro impulso irrestricto a más nos lleva a la pregunta sobre Dios

Con esta objetivación retorna la pregunta sobre Dios de un nuevo modo. Ahora es una pregunta que me lleva a decidir. ¿Responderé amándolo o lo rechazaré? ¿Viviré su don del amor, o me detengo, y hasta vuelvo atrás? Solo de modo secundario surgen las preguntas sobre la índole y existencia de Dios. Se tornan o en las preguntas del amante buscando conocerlo, o del agnóstico buscando escaparse. Tales son las opciones de la persona una vez Dios la llama.[ii]

Las personas ser reúnen también para venerar

Al igual que otros modos de comprender el valor, la Fe también posee dos aspectos: uno absoluto y otro relativo. La Fe coloca todo el resto de los valores a la luz y a la sombra del valor trascendente. En la sombra porque el valor trascendente es supremo e incomparable. En la luz, porque el valor trascendente se vincula con el resto de los valores para transformarlos, magnificarlos, y glorificarlos. Sin la Fe, el valor originario es el hombre y el valor terminal, todo el bien obrado por el hombre mismo. En cambio, a la luz de la Fe, el valor originario es la luz y el amor divino, y el valor terminal, la totalidad del universo. De tal manera que el bien humano se ve absorbido por un bien totalmente abarcador. Allí donde antes un recuento del bien humano juntaba a los hombres entre ellos y con la naturaleza, ahora les concierne algo que alcanza más allá del mundo humano para entonces aproximarse a Dios y a su mundo. Luego los hombres se reúnen no solo para estar juntos y resolver asuntos humanos, sino también para venerar. El desarrollo y progreso humanos no se refiere únicamente a habilidades y virtudes, sino también a lo sagrado y a la santidad.

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Del poder del amor de Dios surge una nueva energía y eficacia en todo lo bueno de tal manera que el límite de las expectativas humanas no se detiene con la tumba.

Por qué Dios creo el mundo para nosotros

El concebir a Dios como valor originario y al mundo como valor terminal implica que Dios también es auto trascendente. El mundo es fruto de su autotrascendencia, es la expresión y manifestación de su benevolencia y su beneficencia, de su gloria. Al igual que la excelencia del hijo es gloria para su padre, así también la excelencia de la humanidad es gloria para Dios. Decir que Dios creó el mundo para su gloria es lo mismo que decir que no lo creó para él, sino para nosotros. Nos creó a su imagen y semejanza, de ahí que nuestra autenticidad consiste en ser como él, en nuestra autotrascendencia, en ser origen de valor, en amor verdadero.

¿Existe un Dios bueno?

Sin Fe, sin el ojo del amor, el mundo es demasiado malo para creer en la bondad de Dios, y menos en la existencia de un Dios bueno. Pero la Fe reconoce que Dios dota a los hombres de libertad, él quiere que sean personas y no robots, y los llama a la más alta autenticidad para que superen el mal con el bien. De ahí que la Fe se vincule con el progreso y por ello, enfrente los retos de la decadencia –lo contrario del progreso-. Tanto el progreso como la Fe tienen una raíz común en la autotrascendencia cognitiva y moral del hombre. El promover una es hacerlo de forma indirecta con la otra.

La Fe contribuye al progreso

La Fe coloca el esfuerzo humano en un mundo amigable; revela su sentido último en los logros humanos; fortalece los nuevos emprendimientos con confianza. De otra parte, el progreso realiza el potencial humano y de la naturaleza; revela que el hombre existe para un logro mayor en el mundo; y como ese logro es un bien humano, entonces, es para gloria de Dios. Más que todo, la Fe tiene el poder de deshacer la decadencia, el deterioro personal y el social. [iii]

El daño causado por el progreso cuando es ideología

Dicho deterioro afecta una cultura con ideologías contrapuestas. Impone sobre las personas presiones sociales, económicas y psicológicas que dada la vulnerabilidad humana se manifiestan como un determinismo que erosiona la libertad. Multiplica y amontona los abusos y absurdidades que reproducen el resentimiento, el odio, la furia y la violencia. Ni la propaganda ni los argumentos liberan la razón de su prisión ideológica, solo la Fe religiosa lo logra. No son las promesas de los hombres, sino la esperanza religiosa la que habilita a los hombres a resistir las presiones de la decadencia social. Si las pasiones deben aquietarse, si los males no deben exacerbarse, ni ignorarse o mitigarse, sino ser reconocidos y eliminados, entonces, la codicia y la soberbia humana deben sustituirse por la caridad religiosa, por la caridad del siervo sufriente, por un amor que se sacrifica por los demás.

Los hombres pecan. Si no se quiere deformar o destruir el progreso humano por el descuido, la negligencia, la irracionalidad e irresponsabilidad de la decadencia, hay que recordarles a los hombres su estado pecaminoso. Deben reconocer su culpa y enmendar sus caminos, aprender con humildad que el desarrollo religioso es dialéctico y que la tarea del arrepentimiento y la conversión duran toda la vida.

Hasta aquí lo traducido libremente de Lonergan sobre el tema. Como la redención es para todo ser humano y la Fe es un don, el reto es hallarnos atentos para ese llamado que Dios nos hace y responderle con las actitudes que antes mencionó Lonergan:

“¿Responderé amándolo o lo rechazaré? ¿Viviré su don del amor, o me detengo, y hasta vuelvo atrás? Solo de modo secundario surgen las preguntas sobre la índole y existencia de Dios. Se tornan en las preguntas del amante buscando conocerlo, o del agnóstico buscando escaparse. Tales son las opciones de la persona una vez Dios la llama.”

Y para ello debemos recordar la advertencia de Santo Tomás sobre la índole del conocimiento que pretendemos de Dios. No cabe con Dios conocer qué es o quién es, solo cabe conocer que es. Advertencia que asiste a los que pretenden conocerlo y toman el camino errado por no reconocer las limitaciones del conocimiento humano.

[i] Los primeros estados se refieren a la consciencia intencional del sentir, luego la consciencia intencional del entender, y el tercer estado la consciencia intencional del juzgar. El cuarto estado de la consciencia intencional es el de decidir. En cada uno de ellos caigo en cuenta que soy el sujeto de esas operaciones; y digo que intencional porque me hago el propósito de sentir, entender, juzgar y decidir.

[ii] Dios llama a toda persona. La Redención es para todo ser humano. La relación con Dios ya no es solo la de un pueblo elegido como lo fuera 2000 años antes de la Revelación de Jesucristo. Otro asunto es que la persona rechace ese llamado. Llamado en lo profundo de nuestra interioridad; no es con un megáfono, con una voz que surge del cielo, como lo pretende un intelectual agnóstico reconocido.

[iii] Pero el progreso deriva en ideología cuando se escinde de la Fe. En nuestra cultura actual, cuando se coloca en la ciencia y la tecnología, la razón y fin del actuar humano. Más grave aún, cuando la ciencia y la tecnología, por lo demás estupendas creaciones humanas, derivan en ídolos y la sociedad deriva en una profana.