¿Muriendo o naciendo a la vida eterna?

Se está poniendo de moda la eutanasia, eufemismo para el suicidio asistido. “Muerte digna”, otro eufemismo. Llámesele como quiera y ofrézcanse las razones que se quieran; el hecho es que, así como uno no decide ni el modo ni el día que nace, no debe decidir ni el modo ni el día que muere. Claro que el individuo puede hacerlo, está sucediendo y con el amparo de la ley que pretende mitigar el desastre moral que eso significa, pero no debe hacerlo.

La persona que no cae en cuenta del origen de su vida, lo que requiere sostenerla y el vivirla plenamente, no dimensiona el profundo misterio que ella representa y el tremendo error que comete disponiendo de ella al modo del suicidio asistido.

Los estupendos progresos de la ciencia para curar enfermedades, aliviar dolores, y prolongar vidas de quienes se hallan con enfermedades “terminales” son admirables. Sin embargo, lo que se observa es una creciente medicalización de la vida. Hay estudios que demuestran visitas innecesarias al médico, hospitalizaciones también innecesarias.⁣ [i] Al igual que existe una creciente consciencia de la necesidad de una nutrición saludable y la importancia del ejercicio.

En ese contexto, algo que en el pasado se veía como natural, la muerte, incluso la muerte temprana de los niños por la ausencia de los medicamentos actuales, hoy se delega en médicos y hospitales: la doble moral del aborto y la eutanasia. Sin embargo, la gran ironía es que se llevan a cabo esfuerzos ingentes para prolongar la vida del neonato que logra nacer con complicaciones de salud.

Lo que aquí discutimos es la actitud ante la muerte que la actual cultura propicia. Para quienes somos creyentes, nuestra actitud no es la de temer la muerte, sino la de gozo y alegría por nacer a la vida eterna.

¿Qué consecuencias trae cada una de esas actitudes?

 Lo obvio es temer a la muerte. Una de las formas de mitigar ese temor es el de no pensar en ella, no hablar de ella. Sin embargo, no hay evento más contundente para los que nos hallamos vivos que ese: ¡moriremos!

Luego, ¿por qué tanta evasión? Si es lo único absolutamente seguro, por qué no hablamos de ello, ¿Podemos prepararnos para ese evento-acontecimiento?

Solemos prepararnos para todos los momentos de transición importantes de la vida: nuestros padres nos preparan para caminar, para hablar, para encauzar nuestras actividades biológicas. Nos envían al preescolar que nos habilita mejor para la primaria. La primaria nos habilita para el bachillerato. El bachillerato nos habilita para los estudios técnicos o los universitarios. Y estos ambos para la vida laboral.

Si en la familia nos prepararon para formar una familia, entonces lo hacemos. Por el ejemplo de nuestros padres procuramos ser buenos esposos y padres.

En la vida laboral hallamos que existen jerarquías y meritocracias. Es lógico que para avanzar en estas se requieran experiencia y estudio; lo que significa seguirse preparando para pasar de un cargo a otro, de una responsabilidad a otra.

Ya para la finalización de nuestra vida laboral, existen algunas organizaciones que preparan a sus integrantes para la jubilación, sin embargo, lo común es que para ese momento muy pocos se preparan. Algunos hacen planes para “gozar la pensión”. Pero no todos lo logran debido a que alguna enfermedad o la muerte misma se los impide.

Luego es el fin de la vida laboral la que marca la etapa de la no preparación para lo que sigue. Y lo que sigue se halla lleno de incertidumbre. Excepto la certidumbre de que hemos de morir.

Ahora bien, ¿cómo vislumbro esa preparación?

Lo primero, el preguntarse el sentido de la vida en general y de la nuestra en particular. De no haberlo hecho en el pasado, al menos hacerlo ahora.

Lo segundo, ser consecuente con la respuesta. Cunde hoy la postura materialista que atribuye al azar el dinamismo de los seres vivos, incluso el de las leyes universales que gobiernan todo el cosmos. Postura, contradictoria en sus términos, ya que es imposible que el azar genere la inteligibilidad del universo. Por definición, no puede hacerlo.

Lo tercero, si soy producto del azar, pues mi vida no tiene sentido alguno. Muero y todo termina. Queda solo el recuerdo de lo bueno o lo malo que hice. Solo los amigos o algunos parientes me recordarán.

La única preparación posible que se me ocurre, para quienes optan por esta postura, es la de gozar al máximo el presente, el “carpe diem”, es decir, “bebamos y comamos que mañana moriremos”.

Si consideramos esta postura como un extremo de un continuo, cuyo otro polo es el del creyente para quien su vida tiene sentido, el resto de las posturas puede hallarse entre ambos extremos: la vida humana como producto del azar es un extremo y el otro: la vida es un don. La reencarnación se halla en el continuo.

Si la vida es un don, un regalo. ¿Quién o qué me lo otorga?

La respuesta del judeocristianismo es la de Dios. Hace casi 4000 años, por revelación de Dios mismo. Primero a Abraham. Luego, “Soy el que soy” fue su respuesta a Moisés en el arbusto ardiente.

Hubo un pensador, Feuerbach, quien inspiró a Marx con la idea de que Dios es un invento del hombre que proyecta su ideal en esa imagen. Creencia de un buen número de materialistas que se niegan a aceptar las múltiples pruebas de la existencia de Dios.

Las Sagradas Escrituras en su Antiguo Testamento relatan la preparación durante casi dos milenios de un pueblo escogido, el israelita, para la venida del Mesías. Aquellas profetizaban que sería de la línea hereditaria del Rey David. Así lo fue, solo que el Mesías cuando vino desconcertó a todos los expertos de su tiempo, especialistas en dicho testamento. El Mesías esperado resultó ser nada menos y nada más que el Hijo de Dios, el Verbo encarnado, el Autor del Universo.

Jesús divide la historia humana y del universo en dos. Razón tenemos en referirnos al tiempo Antes de Cristo (AC) y después de Cristo (DC).[ii] El Nuevo Testamento prueba todo lo profetizado en el Antiguo, solo que la mente y el corazón humano no tienen la capacidad para imaginar ni que Dios es trino (Padre, Hijo y Espíritu Santo), ni que su Hijo se encarnó, nos hizo sus amigos y dio su vida por nosotros para librarnos del mal. El “nosotros” se refiere a todos los seres humanos, que existieron en el pasado, que existen y que existirán.

El Hijo, que es con el Padre y el Espíritu Santo, Creador, da la vida por su criatura, la redime y la salva. Esto no tenía precedente alguno en las religiones y creencias de la antigüedad. E insisto, a nadie jamás antes se le había ocurrido esto, de ahí la superficialidad de la afirmación de Feuerbach.

Para Aristóteles, la amistad era la virtud superior, pero nunca se le cruzó por la mente que la amistad con la divinidad fuera posible. Y menos con aquellos dioses de su mitología griega, todos manipuladores de los humanos.

La Redención lograda por el Hijo del hombre, Jesucristo, por su Pasión, Crucifixión, Muerte y Resurrección, nos libera de la esclavitud, del error, del mal, del pecado. Nos posibilita la vida eterna.

Esta es solo alcanzable por la misericordia, don de Dios, que nos adopta como hijos. Ello requiere de nosotros vivir una vida acorde con sus mandamientos y el ejemplo de Jesucristo.  A esto se refiere la Iglesia por la dignidad del hombre creado a imagen y semejanza de Dios.

Entender dicha dignidad referida a la muerte conlleva aceptar el sufrimiento, inclusive hasta el martirio. Jesús nos advierte que si queremos seguirlo tenemos que “negarnos a nosotros mismos y cargar nuestra cruz”. Y por “cruz” debemos entender cualquier exigencia no placentera que la vida nos depara. Enfermedades, limitación de talentos, persecuciones, injusticias, humillaciones, falta de oportunidades, colapsos económicos, muerte de seres queridos, cuidado de otros,  etc…

Y es en este tema donde la cultura contemporánea y su ética utilitarista (máximo placer para el mayor número) choca frontalmente con el ejemplo de Jesucristo, el Evangelio y la vida de la Iglesia.

“Morir con dignidad” es, para la cultura actual, morir sin dolor ni sufrimiento alguno, determinando la hora y el día. En el pasado, el suicida determinaba el día y la hora y procedía a ahorcarse o pegarse un tiro o envenenarse. Hoy lo delega sobre un médico, que suele perjurar el Juramento Hipocrático vigente durante 2500 años antes de su reciente revisión.

Desde 2006, dicho Juramento se transformó para incluir la autonomía del paciente como prevaleciente sobre el parecer del médico, que antes debía llevar a cabo todo a su alcance para preservar la vida del paciente.[ii] Sí, porque la vida humana es manifestación de lo sagrado (“[…] creado a imagen y semejanza de Dios.”) Realidad que hoy se niega con la rampante materialización de la vida humana y de la naturaleza en general.

Una tenue excepción a esta tendencia es la del movimiento de unos años para acá de sana preocupación por la sostenibilidad del planeta y el cambio climático que, sin embargo, demuestra visos religiosos. Pero esto es tema de otra discusión.

La ahora autonomía del paciente no siempre la emplea debidamente, como es el caso del suicidio asistido. Y, la contradicción total, sobre dicho tema de la autonomía del paciente, se da en el aborto, donde para nada prevalece la autonomía del bebé que abortan. Un no nato claro que no habla, pero existen testimonios de su afán por vivir.[iii]

La coherencia de la doctrina de la Iglesia sobre el rechazo absoluto al aborto, parte de la realidad del momento de la concepción, donde se inicia la vida de un ser humano. Terminar con la vida del bebé no nato en cualquier momento de su gestación de modo voluntario es un crimen.[iv]

Otra de las características de la cultura contemporánea semejante a la del rechazo al sufrimiento es la desacralización de la vida humana.

Pero basta de ejemplos de la esquizofrenia moral de la cultura actual. Pretendía con ello ilustrar por qué la visión materialista de la vida, que impide pensar en un sentido superior del propósito de la vida humana más allá de ser producto del azar y que termina con la muerte, cohonesta el suicidio asistido. En esta visión, el estar muriendo no da cabida al estar naciendo a otra vida y menos a la vida eterna.

En cambio, el creyente que se halla en el polo que denominamos la visión judeocristiana considera que es un peregrino en esta vida, que nada permanece, excepto el amor a Dios y a los demás. Va camino a la vida eterna: la del perdón, el amor y la Redención.

Y su vida en la tierra es caminar, naciendo a esa vida eterna que desconoce, exceptuando los místicos que la “ven” con los ojos del espíritu.

Camina con seguridad y sin miedo porque sabe con certeza que quien lo perdonó murió por él o ella en la Cruz en medio de terribles tormentos. En el madero murió Cristo hombre, más no Cristo Dios. Al tercer día resucitó Cristo, Dios y hombre. Esta certeza es la que para la persona de fe le impide disponer de su vida como si fuera dueño de ella. No, para el creyente, es Dios el dueño de su vida. Dios es quien en el momento de la concepción infundió el alma y por eso es un ser humano. Está científicamente probado que en ese instante en que el esperma se une con el óvulo, toda la información genética que guiará el desarrollo de ese ser ya se halla inscrita. Esta realidad, que es un prodigio, se oculta en las discusiones sobre las semanas o meses en que el aborto se define como legal.

Estas y otras más son las razones por las cuales el creyente, si bien o por enfermedad o vejez, reconoce el deterioro de su cuerpo, no por eso ignora la realidad de que en ese proceso se halla naciendo a la vida eterna. Esa vida donde ni el tiempo ni el espacio condicionan su existir. Esa vida que Dios nos revela y a la que nos invita por la Vida, Pasión, Muerte de Cruz y Resurrección del mismo Dios hombre, Jesucristo.

[i] https://www.medicaleconomics.com/view/11-reasons-why-there-are-unnecessary-medical-visits

[ii] Claro que lo secular, en su propósito de eliminar todo lo referente a Jesús, se refiere a “antes de nuestra era” (a.n.e.) y “después de nuestra era” (d.n.e.)

[ii] https://consultorsalud.com/juramento-hipocratico-fue-actualizado/#:~:text=La%2068%C2%BA%20Asamblea%20General%20de,adoptan%20al%20ejercer%20su%20profesi%C3%B3n

[iv] Espina bífida https://www.famouspictures.org/fetus-hand-reaches-out/

*  Dejamos para otra discusión el empleo ambiguo del término “abortar”. Para la RAE “se dice de una mujer o de un animal hembra. Interrumpir de forma natural o provocada el desarrollo del feto durante el embarazo”. Y el resto de las acepciones se refieren a la interrupción de cualquier proceso natural, o interrupción de la acción de un proceso o plan. Debería distinguirse bien entre el aborto en humanos como natural y provocado, porque el provocado es un crimen. El no distinguir ambas realidades cumple la función de erosionar las conciencias de los protagonistas, igualando algo accidental con algo provocado y así ocultar la criminalidad del provocado.