¿Cuáles son los posibles retos para la Iglesia Católica en Latino América en el siglo XXI? 1ª Parte

Con motivo de los escándalos de pederastia perpetrada por algunos sacerdotes de la Iglesia Católica, esta se ha hallado en las primeras planas de la prensa y las redes sociales de los últimos tiempos. Sin negar la gravedad del tema, creo, sin embargo, que la Civilización de la muerte en que nos hallamos requiere de pensamiento que mejor abarque el papel de la Iglesia en la sociedad y, en particular, en Latinoamérica.

Para ello trataremos algo de historia reciente de la Iglesia actual, porque un par de siglos en los 40 siglos de historia de la Revelación son eso -en particular en Europa. En una segunda parte abordaremos particularidades de la Iglesia en la Región. Y en una parte final, lo que podría referirse a la Iglesia en general.

No formulo la pregunta para todo el Continente americano, ya que, sin negar la universalidad de la Iglesia, existen rasgos culturales que considero, ofrecen retos diferentes, sí, para una Iglesia que es universal. Un ejemplo muy concreto: la Constitución norteamericana fue la primera en establecer, a finales del siglo XVIII, una separación entre Estado y religión. En cambio, las constituciones latinoamericanas operaban bajo algún esquema de Concordato, o al menos la separación entre poderes estatal y espiritual no se hallaba formalizado al modo de Norteamérica.

Propongo iniciar este ensayo con una breve descripción de algunos eventos de la Iglesia en los últimos dos siglos, especialmente en Europa.

Durante varios siglos se gestó hasta abarcar como cultura predominante en Europa el movimiento intelectual, político, económico y social denominado la Modernidad[1]. Hay quienes atribuyen su origen al Renacimiento, sin embargo, su expresión más vehemente en lo que a la Iglesia Católica se refiere, se sucede con la Revolución Francesa a finales del siglo XVIII. En esta la Iglesia Católica, en cabeza de sus obispos, sacerdotes y

fieles fue sometida a toda suerte de vejaciones, persecuciones, asesinato, prisiones y exilios. Varios de los gestores de dicha Revolución no sólo abolieron la monarquía imperante, pero desearon erradicar la Iglesia Católica de todo el territorio Galo. 

Algo semejante había sucedido dos siglos antes durante la Reforma protestante. En esta se trataba de cristianos todos creyentes, negando la autoridad del Papa, algunos dogmas de la Iglesia, pero principalmente afectando la liturgia y los sacramentos, fundamentos imperecederos de la Iglesia. Fue una controversia y lucha encarnizada entre creyentes. En cambio, en la Revolución Francesa y posterior a ella fueron intelectuales y poderosos, influyentes, agnósticos y ateos los que pretendieron arrasar con la religión, la tradición y por supuesto con la Iglesia Católica, entre otras razones, por la relación estrecha que existía entre esta y el hasta entonces poder político –monarquías y estados nacientes–.

La categoría de “Modernidad” contribuye a entender de modo sucinto la tensión y exacerbación de ánimos producto de la amenaza que para el poder intelectual, social y espiritual que ejercía la Iglesia desde la Edad Media significó esa cosmovisión. La Modernidad es una categoría englobante que abarca un umbral temporal que se inicia con el Renacimiento y termina con el fin de la Segunda Guerra Mundial. En ella se alojan otros movimientos intelectuales, sociales, políticos, económicos referidos a territorios. Por ejemplo, la Ilustración que se inicia a mediados del siglo XVIII se expresa de modo diferente en Francia, Alemania, Inglaterra y Escocia. Igual sucede con la Revolución Industrial, que se gesta en Inglaterra también a mediados del dicho siglo y luego se extiende al Continente y a América del Norte.

Revolución Francesa y la iglesia

Dentro de ese umbral en que el poder tradicional de la Iglesia, que venía de siglos anteriores enlazados con los poderes temporales de reinos y estados en formación, la más virulenta oposición en contra de la Iglesia, insistimos, fue la Revolución Francesa. No solo se exilaron miles de sacerdotes y religiosos, sino que cientos de ellos, con sus obispos, fueron asesinados. Esa fue la llama que se extendió por el resto de los países europeos, donde lo menos que sucedió fue la pérdida de los territorios pertenecientes a la Iglesia (buena parte del sur de la península italiana, grandes extensiones adscritas a parroquias, monasterios y órdenes religiosas) y el enfrentamiento de los poderes civiles (reyes, intelectuales, filósofos, etc.) con la jerarquía de la Iglesia, y no solo con la jerarquía, sino con párrocos y órdenes religiosas.[2]

Insistimos que no fue un enfrentamiento semejante al de los siglos XVI y XVII entre protestantes y católicos en Europa en que facciones creyentes en el mismo Dios discrepaban y combatieron hasta con violencia sobre la autoridad del Papa, el poder temporal de la Iglesia católica, la interpretación indiscriminada de las sagradas escrituras, los sacramentos y la liturgia. No. Con la Revolución Francesa se impone una visión de la persona como ser autor referencial, autónoma, es decir, libre de cualquier influencia religiosa y cuya realización se halla en el cumplimiento de su voluntad, siempre dirigida al futuro. 

La iglesia dueña de territorios

Una manera de describir la tensión existente entre la Iglesia y los poderes civiles de la época a la que nos venimos refiriendo es la de tener presente que, además de ser para el mundo una institución religiosa, insistimos, poseía territorios, al igual que otros reinos con territorios bajo su dominio y que jugaba, por lo tanto, un papel en la “geopolítica” –si se nos permite el término—de la época referida.

Desde entonces sobresalen dos tendencias en la Iglesia, que de modo muy superficial podemos calificar una de añoranza de ese poder material, intelectual y espiritual que ejercía la Iglesia en las naciones que paralela a su evangelización incluso contribuyó a configurar aportando en el curso de los siglos organizaciones e instituciones únicas (parroquias, monasterios, hospitales, escuelas, universidades).[3] Otra que consideraba que la Iglesia se estancaba si no dialogaba, persuadía, evangelizaba, convertía a un mundo que ya a mediados del siglo XIX se consideraba irreligioso.

El entonces reto de la evangelización

Esto era algo nuevo, en el pasado la Iglesia evangelizaba a paganos, pero tómese nota que eran creyentes en algo, en fuerzas, sobre naturales, en dioses. Pero poblaciones enteras que ya no creían en nada transcendente, era algo que la Iglesia y la humanidad no había experimentado. En su defecto se afirmaba un individuo que podía hacerse cargo de su vida sin apoyos transcendentales y que la comunidad integrada por esos individuos para quienes la razón era suprema garantizaba la realización futura y plena tanto de sus integrantes como de la comunidad.

La Ilustración, el avance de las ciencias experimentales, la consolidación de naciones en estados, el rechazo a las monarquías y a cualquier poder autocrático, que se consideraba también lo ejercía la Iglesia Católica, constituían razones suficientes para que los poderes civiles ejercieran toda suerte de oposiciones y vejaciones a la Iglesia.

La modernidad política manifestada con la Revolución Francesa, el “despotismo ilustrado” del emperador José II de los Hasburgo, los artículos de Baden en Suiza, el Risorgimiento italiano, el Kulturkampf de Bismark significó la intromisión de los poderes temporales para subyugar la Iglesia. Algo que venía desde la alta Edad Media, la Guerra de las Investiduras, amenazaba ya con ser una injerencia total en el manejo y organización de la Iglesia institucional.

En el siglo XIX esto exacerbó el ánimo de los Papas de entonces, quienes enfrentaron aspectos de la Modernidad denunciando sus errores. En particular, Pio IX en 1864 hace una declaración explícita en contra de la Modernidad como ideología.   Su Syllabus de Errores que declaraba falsos 80 afirmaciones de la época: por ejemplo, que Dios no existe, que no actúa en la historia, que Jesús es una figura mítica, que los milagros descritos tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo eran ficciones y que la fe religiosa combatía la razón, etc. causó revuelo.

¿Es el Papa infalibe?

Esto colocó nuevamente sobre la mesa el tema de la infalibilidad del Papa. Debió para ello reunirse un nuevo Concilio Ecuménico, el Vaticano I en 1870, que además diera respuesta a la pregunta de a quien respondían –a quien debían obedecer—los obispos. Para los realistas, a la Corona. Para los realistas moderados, al colegio apostólico bajo la supervisión de un obispado de origen real. Para los revolucionarios de 1789 los obispos debían responder ante el pueblo conformado como nación. El Concilio Vaticano I en la Constitución Pastor Aeternus respondió que los obispos pertenecían a toda la Iglesia en donde el Papa ejercía una jurisdicción universal. Resolvió también el tema de la infalibilidad del Papá al dejar claro que lo sería solo en temas concernientes a los dogmas de la Iglesia.[4]

La secuencia posterior de Papas, Pio X, XI y XII hacen un gran esfuerzo por afirmar con claridad los dogmas de la Iglesia. Los tres vivieron tiempos muy difíciles, dos guerras mundiales, totalitarismos de un cuño nunca visto (Hitler, Stalin, Mussolini) y, sin embargo, mantuvieron el curso de la iglesia en medio de esas deblaces sociales, políticas y económicas.

Entre ellos se distinguió uno, León XIII, quien consideró la posibilidad de abrir diálogo con la Modernidad. Y en particular se le conoce por su interés en los temas sociales, no que los otros no lo tuvieran, sino que este abordó específicamente el tema del capital y el trabajo debido a los conflictos que la Revolución Industrial había gestado entre las partes.

Más de medio siglo después, el Papa elegido como de “transición”, Juan XXIII, sorprendió a la Iglesia proponiendo la apertura de un nuevo Concilio. El primero en la historia cuyo propósito no sería el resolver controversias dogmáticas o declarar anatemas. No, su propósito sería pastoral. Término que a lo largo del Concilio causó bastante discusión.

Ese fue uno de los eventos más significativos de la Iglesia en el siglo pasado: el Concilio Ecuménico Vaticano II. Hay opiniones encontradas. Encontré un libro reciente de George Weigel, biógrafo de San Juan Pablo II sobre el tema [To Sanctify de World: The Vital Legacy of Vatican II](Weigel, 2022). Me servió de hoja de ruta para esta reflexión pues trae una documentación muy completa sobre los antecedentes de dicho Concilio.

También tomo prestadas algunas de las ideas de nuestro autor de cabecera, Bernard Lonergan, en su interpretación sobre la intención del Papa al reunir dicho Concilio. No tenía sentido, dijo el Papa en su discurso inaugural, reunirse para repetir lo que cualquiera pudiera hallar en los libros de texto de teología. Ni tampoco tenía sentido volver sobre decretos para aclarar algún tema sólo de interés para anticuarios. Lo que se necesitaba era advertir la distinción entre el depósito permanente de la fe y los modos cambiantes de presentarlo según las necesidades de los tiempos. Lo que ahora se requería era una presentación fresca, que atendiera las necesidades actuales, una que respondiera a la misión de maestra de la Iglesia, que es pastoral. (Lonergan, 2017).

Vaticano

Foto tomada de Wikimedia

La secuencia posterior de Papas, Pio X, XI y XII hacen un gran esfuerzo por afirmar con claridad los dogmas de la Iglesia. Los tres vivieron tiempos muy difíciles, dos guerras mundiales, totalitarismos de un cuño nunca visto (Hitler, Stalin, Mussolini) y, sin embargo, mantuvieron el curso de la iglesia en medio de esas deblaces sociales, políticas y económicas.

Entre ellos se distinguió uno, León XIII, quien consideró la posibilidad de abrir diálogo con la Modernidad. Y en particular se le conoce por su interés en los temas sociales, no que los otros no lo tuvieran, sino que este abordó específicamente el tema del capital y el trabajo debido a los conflictos que la Revolución Industrial había gestado entre las partes.

Más de medio siglo después, el Papa elegido como de “transición”, Juan XXIII, sorprendió a la Iglesia proponiendo la apertura de un nuevo Concilio. El primero en la historia cuyo propósito no sería el resolver controversias dogmáticas o declarar anatemas. No, su propósito sería pastoral. Término que a lo largo del Concilio causó bastante discusión.

Ese fue uno de los eventos más significativos de la Iglesia en el siglo pasado: el Concilio Ecuménico Vaticano II. Hay opiniones encontradas. Encontré un libro reciente de George Weigel, biógrafo de San Juan Pablo II sobre el tema [To Sanctify de World: The Vital Legacy of Vatican II](Weigel, 2022). Me servió de hoja de ruta para esta reflexión pues trae una documentación muy completa sobre los antecedentes de dicho Concilio.

También tomo prestadas algunas de las ideas de nuestro autor de cabecera, Bernard Lonergan, en su interpretación sobre la intención del Papa al reunir dicho Concilio. No tenía sentido, dijo el Papa en su discurso inaugural, reunirse para repetir lo que cualquiera pudiera hallar en los libros de texto de teología. Ni tampoco tenía sentido volver sobre decretos para aclarar algún tema sólo de interés para anticuarios. Lo que se necesitaba era advertir la distinción entre el depósito permanente de la fe y los modos cambiantes de presentarlo según las necesidades de los tiempos. Lo que ahora se requería era una presentación fresca, que atendiera las necesidades actuales, una que respondiera a la misión de maestra de la Iglesia, que es pastoral. (Lonergan, 2017).

El sueño del Papa Juan XXIII al convocar el Concilio Vaticano II

A pesar de las controversias suscitadas por el significado de “pastoral”, en las intervenciones esporádicas que tuvo el Papa, insistió en que su inspiración inicial era la esperanza de una amplia y ferviente renovación en la vida de la Iglesia. Se requería una más vigorosa evangelización del mundo. Era necesario comunicarle a los demás la preocupación permanente de la Iglesia no sólo por el desarrollo espiritual de la humanidad, sino por su avance material también. Pero nada se lograba si ese talento se “envolvía en una servilleta y se enterraba en el suelo”. Requería una voluntad aguerrida que fundamentada en la doctrina antigua y perenne la aplicara a las condiciones de nuestros días. Lo que Juan XXIII esperaba era un salto adelante (un balzo innanzi) que colocara la fe en las formas mentales y los estilos literarios del pensamiento moderno, a la vez que satisficiera la misión de ser maestra, que era pastoral. (Lonergan, 2017)

Juan XXIII muere antes de la segunda sesión del Concilio. Su sucesor el Papa Pablo VI logró dirigir tanto la segunda etapa como la tercera del Concilio en la dirección propuesta por su predecesor. De los 15 documentos logrados, uno de los más significativos es el de la Constitución Pastoral de la Iglesia en el Mundo Moderno (Gaudium et Spes). Su introducción manifiesta la nueva mentalidad propuesta por el Concilio Vaticano II. Se refiere a la solidaridad humana universal. El gozo, la esperanza, el dolor y la angustia de los hombres hoy es el mismo gozo, esperanza, dolor y angustia de los discípulos de Cristo. De ahí que las afirmaciones del Decreto se dirigían no sólo a quienes invocan el nombre de Cristo, sino también a toda la humanidad. Su fin era el de presentar la concepción del rol de la Iglesia en el mundo actual. Dicho rol no concierne ninguna ambición mundana. No. Sería guiada por el Espíritu Santo, debía continuar la labor de Cristo quien vino al mundo no a juzgarlo, sino a salvarlo, no a ser servido, sino a sevir. (Lonergan, 2017)

la familia

Foto tomada de Wikimedia

Lo que hizo que todos los integrantes del Concilio finalmente acordaran un significado de ser un “Concilio Pastoral” en interpretación de Lonergan fue el acordar que:

Dios nos habló en los profetas, en su Hijo, y aún nos habla hoy por medio de las Escrituras y la tradición, en el movimiento bíblico, en el movimiento litúrgico, en el movimiento de catequesis, en el movimiento ecuménico. Antes que a nadie les habla a los pobres, a los pobres en los países subdesarrollados, y los que habitan los barrios pobres de las naciones desarrolladas. Y si la palabra de Dios no se predica a los pobres, entonces la Iglesia fracasa. Luego fue gracias a este propósito de predicar la palabra a los pobres que los obispos finalmente descubrieron y acordaron el significado del “Concilio Pastoral”.

La palabra de Dios no solo es viva, personal y comunal, sino histórica. Al igual que la antigua Alianza, lo nuevo nombra una dispensa, una economía, una disposición permanente de la divina Providencia, tanto emergente en la historia humana como llevando esta a su fin escatológico. Con su origen en un pasado distante y su término en un futuro desconocido, su ámbito se extiende a todos los confines de la tierra y su misión a todos los hombres. Nuevamente, sale a flote lo errado de partir de doctrinas para luego encarnarlas en un discurso, cuando es este discurso vivo el único que desde un comienzo puede al tiempo ser concreto, vivo, interpersonal y comunal, histórico y ecuménico.

[…]Una ideología puede expresarse en las proposiciones de una doctrina, en las premisas y la multitud de conclusiones de un sistema. Pero las palabras de un sacerdote, de un pastor de almas, son más que ideología. Son palabras que surgen de la fe y procuran despertar la fe. Son palabras de salvación, la salvación, que es el don de Dios, de sí mismo, de paz, gozo y esperanza eterna. (Lonergan, 2017).

La visión de persona supuesta por Guadium et Spes se había transformado rápidamente

El diálogo entre creyentes y no creyentes que el Gaudium et Spes pretendió no se encontró con la cultura con la que pretendía dialogar. La Europa de entonces lo recibió con un bostezo de indiferencia y en particular en aquellas sociedades cuyos subsuelos culturales habían sido cultivados y abonados por la Iglesia. El ateísmo se consideraba como uno de los problemas más serios de los tiempos (1965). Sin embargo, el problema resultaba ser más profundo: un hastío en su forma espiritual y metafísica; una amable indiferencia a la pregunta sobre Dios; una anquilosada ausencia de asombro ante el misterio del ser. Todo ello era más letal e influyente ante la concepción de la persona humana inscrita en las Sagradas Escrituras que jamás lo fuera el ateísmo científico o el mismo existencialismo.

Los presupuestos de la persona en mente cuando los obispos e intelectuales que redactaron ese documento ya no eran los del hombre moderno, sino postmoderno. Al hastío espiritual y la indiferencia religiosa se agrega su esterilidad demográfica; su incapacidad de conocer la verdad de cualquier cosa con certeza; además, tercamente relativista en asuntos morales queriendo algunos estados con su poder imponer ese relativismo sobre sus ciudadanos. Y todo resumido en que la autonomía de la persona es la más alta expresión de lo humano.(Weigel, 2019).

Son estas tan solo un puñado de las características que sirven de crisol para la Civilización de la muerte, donde el aborto y la eutanasia se extienden sin límite a lo largo y ancho del mundo presente. Pero también las guerras fratricidas al interior de países y entre estos.

[1] La Modernidad es una categoría que hace referencia a los procesos sociales e históricos que tienen sus orígenes en Europa a partir de la emergencia ocasionada desde el Renacimiento. El movimiento propone que cada ciudadano (hombre libre) fije sus metas según su propia voluntad. Esta se alcanza de una manera lógica y racional, es decir, sistemáticamente dándole sentido a la vida. Por cuestiones de manejo político y de poder, se trata de imponer la lógica y la razón, negándose a la práctica de los valores tradicionales o impuestos por la autoridad.

La Modernidad es un periodo que principalmente antepone la razón sobre la religión. Se crean instituciones estatales que buscan que el control social esté limitado por una constitución y a la vez se garantizan y protegen las libertades y derechos de todos como ciudadanos. Surgen nuevas clases sociales que permiten la prosperidad y la movilidad de clases. Se industrializa la producción para aumentar la productividad y desarrollar la economía. Se caracteriza por ser una etapa de actualización y cambio permanente.1

[2] Lo paralelo en el siglo XIX para nuestro país y para el resto de nacientes repúblicas iberoamericanas fue la confiscación de “bienes de manos muertas”. La Iglesia, en el curso de la Colonia, llegó a acumular algunas extensiones de tierra producto de donaciones que fieles hicieran a órdenes religiosas. Las confiscaciones en el caso colombiano tenían como propósito repartir esas tierras a los pobres, asunto que no se dio; las tierras terminaron en manos de funcionarios públicos, y de compradores con medios. Lo sucedido en Colombia, exceptuando la expulsión de un arzobispo, no fue igualable a la revolución mexicana de inicios del siglo XX con persecución y asesinato de sacerdotes y religiosos.

[3] No deben desconocerse los monasterios que a partir del siglo IV se extendieron por Europa, donde no solo se sucedió la evangelización de las poblaciones bárbaras, la creación de los alfabetos de la mayoría de lenguas indoeuropeas, la preservación de los clásicos por la copia y traducción de textos, la armonización del trabajo manual con el trabajo intelectual –gracias al ora et labora en el caso de los Benedictinos—y de paso algunas innovaciones técnicas. Tampoco deben desconocerse las escuelas catedralicias que dieron luego origen a las universidades a partir de la Baja Edad Media y por ende los albores de la ciencia experimental.   También las peregrinaciones que fueron el origen de los hospitales para atender peregrinos que recorrían cientos cuando no miles de kilómetros.

[4] Las tensiones no ceden. En el momento de este escrito, los obispos alemanes están ad portas de aprobar el sacerdocio de mujeres, los matrimonios homosexuales, y la pérdida del magisterio de los obispos, quienes quedan bajo la autoridad de comités parroquiales de laicos…..​

Bibliografía

Lonergan, B. J. F. (2017). Pope John’s Intention. In R. M. Doran & J. D. Dadosky (Eds.), Collected Works of B. Lonergan- A Third Collection. University of Toronto Press.

Novak, M. (1991). Liberation Theology – Whats Left. First Things.

Pablo VI. (1975). Evangelii Nuntiandi Exhortación Apostólica.

Weigel, G. (2019). The Irony of Modern Catholic History ( audiable audio libros Amazon, Ed.). Hachette Audio.

Weigel, G. (2022). To Sanctify de World: The Vital Legacy of Vatican II. Basic Books.​